Capítulo 11

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Rosario Acevedo

18 Noviembre 2023 - Cuatro días antes del rescate

9:33 pm

Bostecé agarrando una botella de agua del mezón antes de subir escaleras arriba, donde encontré a Samuel sentado mirando hacía la ventana.

—Deberías dormir —Le sugerí pasando junto a él, dándole una pequeña palmada en el hombro.

—No tengo sueño —Respondió en un tono gélido.

—Solo era una sugerencia —Me senté junto a él, mirando frente a nosotros el cielo nublado y el mecer de las hojas de los árboles con la brisa.

—Tu si tienes sueño —Aclaró su garganta y tomó una bocanada de aire—, vete a dormir.

—Si yo no te doy órdenes no espero tampoco recibirlas de ti —Reproché en un tono sereno, no buscaba discutir, había sido un día tranquilo y quería que terminara como tal.

—Lo siento.

—Está bien.

Sentí un peludo y suave roce en mi mano. Instintivamente volteé mi cabeza y divisé a la gata que Samuel había traído ayer de la escuela. Es blanca, tiene manchas grises y algunas heridas, pero desde que llegó ha sido como una terapia para todos. Proporciona tranquilidad.

La cargué entre mis brazos y se acostó en mi regazo sin dudarlo. La acaricié con ternura y mire de reojo a Samuel, observando a la gata con lo que yo llamaría melancolía.

—¿Celoso? —Dije, esperando que se negara.

—No —Suspiró—. Siempre habías querido un gato, ¿no?

—Si —Afirmé—, pero a mi papá no le gustan, dice que son traicioneros.

—Eso no es cierto —Noté la molestia en ese tono de voz y me apresuré en corregirlo.

—Lo sé, pero él lo decía. Me parece más bien que son como... —Medité un momento qué metáfora me sería útil— como tú.

—¿Como yo? —Samuel alzó una ceja y me cuestionó con la mirada.

—Al principio son arizcos, temerosos y un poco altaneros, pero con el tiempo se vuelven leales y más abiertos a la confianza —Desarrollé mi idea mientras miraba a la gata y el rozar de mi mano sobre su cabeza—. Como tú.

Samuel bufó y soltó una risa por lo bajo, lo miré en respuesta.

—Yo creo que se parecen a ti —Me dió una sonrisa y yo hundí mis cejas—. Tu eres así.

Suspiré. —No importa.

—Solo creo que por eso se llevan tan bien —Concluyó, refiriendose a el felino y a mi.

—Entonces eso explica porque nos llevamos tan bien tu y yo.

Muerto.

Me sobresalté un segundo ante esa voz, esa horrible voz que desde la tarde no mencionaba una palabra.

—Voy a dormir —Me puse de pie y dejé a la gata cuidadosamente en el suelo, pasé mi mano por mi camisa para acomodarla y me llevé la botella de agua conmigo.

Samuel no dijo nada.

Duré en la penumbra toda la noche sin poder cerrar el ojo, discutiendo conmigo misma las razones por las que no maté a Samuel sin saber justificarme. Simplemente pude concluir que algo en mi lo necesitaba con vida, eso me asustó, me asustó porque significaba que algo en mi aún necesitaba ser humano, necesitaba esa culpa y todo ese llanto y dolor. No me gustaba saber que yo empatizaba porque eso significaba que todo debía recaer en mis hombros en algún momento y no tenía la disposición de enfrentarlo.

Aflicción y ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora