02

1.3K 81 0
                                    

El trabajo no mejoró el humor de Harry, aunque tampoco le sorprendió. ¿Cómo se iba a concentrar si ____ Curran volvía una y otra vez a sus pensamientos?

Desesperado, pasó una mano por la suave superficie de la mesa que estaba haciendo. Llevaba seis años sin pintar nada, concentrado exclusivamente en las tablas de nogal y el familiar olor del aguarrás y el aceite de linaza. Por supuesto, eso no significaba que no deseara volver a los lienzos. Lo deseaba con toda su alma, pero no podía y, como tampoco se podía cruzar se brazos, había cambiado la pintura por la carpintería.

Era una buena forma de matar el tiempo y de apaciguar sus necesidades creativas. Se iba al taller y hacía mesas, sillas y hasta elementos decorativos para el jardín. Trabajaba para no tener que pensar. Trabajaba para no recordar.

Por desgracia, la llegada de ____ había anulado el efecto terapéutico del trabajo; y no era de extrañar, porque había pasado mucho tiempo desde la ultima vez que había estado con una mujer tan sexy. Pero, ¿qué podía hacer? ¿Echarla de la casa? En principio, solo tenía dos opciones: aguantarla un mes entero o volver a sufrir lo del año anterior, cuando despidió a la amiga de Kaye y tuvo que sobrevivir a base de bocadillos.

Harry dejó sus herramientas a un lado y se giró hacia la ventana que daba a la casa. Las luces de la cocina estaban encendidas, lo cual permitió que viera al objeto de su turbación, que estaba preparando la cena.

____. Hasta el nombre era bonito, incluso demasiado.

Todo en ella era demasiado: demasiado bella, demasiado interesante, demasiado tentadora. Y todo era un peligro, porque no estaba seguro de poder resistirse a su encanto. La deseaba desde que la había visto bajarse del coche.

Aún estaba maldiciendo su suerte cuando sonó el móvil que llevaba en el bolsillo.

–Oh, no, mi madre –se dijo en voz alta–. Lo que faltaba.

Harry consideró la posibilidad de no contestar, pero sabía que Catherine Styles no era de las que se daban por vencidas. Si no contestaba, volvería a llamar otra vez y, si seguía sin contestar, seguiría llamando.

–Hola, mamá.

–¿Qué tal está mi hijo favorito?

–Soy tu único hijo.

–Razón de más para que seas el favorito –replicó–. Has estado a punto de no contestar, ¿verdad?

Harry sonrió. Su madre parecía tener el don de la adivinación.

–Sí, pero he cambiado de idea.

–Por miedo a que siguiera llamando, claro.

Harry suspiró.

–¿Qué quieres, mamá?

–Kaye me dijo que se iba de vacaciones. Solo quería saber si ____ y Holly han llegado bien.

–¿____ y Holly? ¿Es que las conoces ? –preguntó, extrañado.

–De oídas –respondió, soltando una carcajada–. Tu ama de llaves me mantiene informada sobre tus cosas desde que te dio por convertirte en un eremita.

Él respiró hondo.

–Tendrías que habérmelo advertido.

–¿A qué te refieres? ¿A ____? Kaye dice que es encantadora.

–No, me refería a su hija.

Catherine guardó silencio durante un par de segundos, pero luego dijo:

–No puedes evitar a los niños eternamente.

–¿He dicho yo que los quiera evitar?

–No, pero sé cómo te sientes, cariño. Y haces mal… Por duro que sea, Holly no es Eli.

Magicas NochesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora