–Mírala con el perrito. Está preciosa, ¿verdad?
____ suspiró sin apartar la vista de Holly, que se había puesto a jugar con un cachorro negro de labrador.
¿Cómo era posible que significara tanto para ella? Ni la propia ____ lo sabía, pero había sido feliz desde que supo que se había quedado embarazada, y no había dejado de serlo en ningún momento; ni siquiera, cuando supo que sería madre soltera y que tendría que criarla en una situación económica que no era precisamente boyante.
Por fin tenía su propia familia. Su hija.
En aquella época, ____ estaba viviendo en Boise. Acababa de abrir su negocio de asesoría de Internet, y trabajaba con varios establecimientos de la localidad; entre ellos, con Mike’s Bikes, la tienda de motos de Mike Davis.
Mike era un hombre tan atractivo como encantador. ____ se había enamorado de él a primera vista, y hasta había llegado a convencerse de que su relación sería eterna; pero se rompió el día en que le dijo que estaba encinta, porque Mike nunca había querido ser padre.
Fuera como fuera, ____ no se arrepentía de haber estado con él. Lo habían pasado bien. Se habían divertido mucho. Y, por otra parte, se separaron en tan buenos términos que Mike se prestó a firmar un documento en el que renunciaba a cualquier posible derecho sobre su hija.
Sin embargo, había llegado el momento de cambiar de vida y, como ____ necesitaba empezar de cero, se fue a un lugar del que solo tenía buenos recuerdos: Franklin, donde había pasado un verano inolvidable cuando solo era una niña que iba de casa de acogida en casa de acogida. Y tampoco se arrepentía de haber tomado esa decisión. Había hecho amigas y había echado raíces. Había encontrado un hogar.
Deb Casey, que era la mejor de esas amigas, se acercó a ella y miró a las dos niñas que estaban jugando en el exterior del local.
–Está tan loca por ese cachorro como Lizzie.
____ suspiró y se apoyó en el mostrador.
–Lo sé. Mi hija está empeñada en que le compre uno por Navidad.
–De color blanco –le recordó.
____ sacudió la cabeza.
–He intentado encontrar uno en Boise, pero no lo consigo. Se va a llevar un buen disgusto como fracase.
Deb dejó los pasteles que estaba decorando con chocolate y la miró.
–Bueno, faltan varias semanas para la Navidad. Puede que lo encuentres.
–Eso espero –dijo, resignada–. De lo contrario, tendrá que esperar.
–Oh, sí, como los niños saben esperar tan bien… –se burló su amiga.
–No me estás ayudando mucho, ¿sabes?
–Venga, tómate un pastelito. Es la única ayuda que necesitas.
–Me has convencido.
____ alcanzó uno y se lo metió en la boca. Eran una verdadera delicia, al igual que sus merengues de limón y sus galletas de chocolate, que le quitaban de las manos. Nibbles solo llevaba abierto un par de años, pero había tenido éxito desde el primer día. ¿Cómo no lo iba a tener? No había muchos locales en la zona que ofrecieran cuatro o cinco tipos de sándwiches, unos dulces que eran una tentación y un ambiente tan agradable.
–Esto debería ser ilegal –dijo, relamiéndose.
–¿Qué dices? Si lo fuera, no los podría vender –replicó Deb con sorna–.
¿Qué tal te va con el viejo de la montaña?