Cuando por fin se puso a nevar, nevó a lo grande. Era como si una mano invisible hubiera abierto una cremallera en las grises y amenazadoras nubes y hubieran derramado todo lo que contenían sobre los bosques, cuyo aspecto era sencillamente mágico.
Nevó sin parar durante varios días y, cada día, Holly se empeñaba en comprobar las dos casitas, porque Harry ya le había hecho la segunda. Por supuesto, todos los días se llevaba una decepción, pero regresaba de todas formas, ajena al desaliento.
Harry admiraba esa parte de su carácter, por mucho que le hubiera molestado al principio. Se estaba encariñando tanto de ella como de su madre. Los motivos eran diferentes, pero el resultado era el mismo: les estaba abriendo su corazón, y el proceso no podía ser más doloroso. Cada vez que uno de sus témpanos emocionales se derretía, se acordaba del motivo que lo había llevado a congelarse.
Estaba pisando un terreno peligroso, y ya no podía volver atrás. Si no se andaba con cuidado, el resultado podía ser catastrófico.
En otra época, habría sido distinto. Él era diferente, y se entregaba a la vida sin preocuparse por lo que pudiera ocurrir. ¿Por qué iba a tener miedo, si todo lo que hacía le salía bien? Su talento lo había llevado a la cima del arte, y era tan afortunado que terminó por convencerse de que era algo así como un elegido, de que el destino solo le podía deparar grandeza.
Cuando se acordaba ahora, le entraban ganas de reír. ¿Elegido? Más bien, idiota.
El destino en el que tanto confiaba abrió la tierra debajo de sus pies y se lo tragó. Habría sido terrible de todas formas, pero el hecho de que se creyera prácticamente invulnerable empeoró la situación, porque intentó seguir como si no hubiera pasado nada, dando un paso tras otro, con la esperanza de que lo llevaran alguna vez a alguna parte.
Y lo habían llevado allí, a su montaña, a la preciosa mansión que compartía con su ama de llaves, a la soledad que a veces era como tener una soga al cuello, a romper los lazos con su familia porque no soportaba su dolor.
Sin embargo, las cosas habían cambiado. Durante los días anteriores, la tensión que había entre ____ y él se había convertido en algo letal. Cada noche, se sentaba con ellas a la mesa y fingía que no estaba ardiendo por dentro. Cada noche, se encerraba en su taller y se ponía a trabajar por no coincidir con ____ en el salón. Y, cuando por fin se acostaba, se quedaba despierto, deseando que ____ estuviera a su lado.
Estaba atrapado en muchos sentidos. Llevaba tanto tiempo caminando por la senda del aislamiento que no sabía qué hacer, así que hizo lo mismo que había hecho hasta entonces, dar un paso tras otro, seguir la inercia. Y se iba al taller. Y estaba solo.
Una mañana, mientras él se estaba tomando un café, Holly salió de la casa con su parka y sus botas rosas, que contrastaban vivamente con el blanco de la nieve. Como de costumbre, estaba entusiasmada. Se giró hacia la cocina, gritó algo a su madre y esperó, saltando sobre las puntas de sus pies, hasta que ____ se reunió con ella. Luego, señaló el lugar donde estaban las casitas y corrió hacia ellas.
Harry sonrió para sus adentros, preguntándose cuándo se había enamorado de aquella criatura, cuándo había empezado a importarle de verdad, cuándo se había relajado hasta el extremo de hacer que su pequeño sueño se hiciera realidad.
Fuera cual fuera la respuesta, Holly se abalanzó sobre él en cuanto salió del taller. Al verla, no tuvo más remedio que sonreír, y el rostro de la pequeña se iluminó.
–¡Harry! ¡Harry! ¿Lo has visto! –dijo, fuera de sí–. ¡Ven conmigo! ¡Ven!
¡Tienes que verlo! Las hadas han venido. ¡Sabía que vendrían!Holly se abrazó a sus piernas, y él la apartó para ponerle la capucha y protegerla de la nieve que estaba cayendo. Después, la acompañó a las casitas, y fue entonces cuando notó la intensa emoción de los ojos azules de ____.