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A la mañana siguiente, ____ decidió que Harry necesitaba un poco de ayuda para salir de su encierro. La conversación de la noche había sido más reveladora de lo que a él le habría gustado, y ella se había dado cuenta de que se estaba escondiendo tras su fachada dura, distante y solitaria.

De hecho, sabía que la estaba rehuyendo desde que faltó a la cena, con la intención evidente de no verla. Por eso se había quedado en la cocina, esperándolo. Siempre había creído que afrontar los problemas era mejor que cruzarse de brazos y, como aún no tenía la seguridad de que les permitiera seguir en su casa, se armó de valor para hablar con él y convencerlo.

Pero cuando probó sus mostaccioli, supo que no sería necesario. Lo había conquistado por el estómago, y estaba dispuesto a tolerar su presencia aunque solo fuera por razones culinarias.

A ____ no le importó que solo la quisiera por la comida. En cambio, se enfadó con su propio cuerpo, que la traicionaba cuando estaba a su lado. No esperaba sentirse atraída por Harry. No había sentido nada parecido desde que se separó del padre de Holly, poco antes de que la niña naciera. Y no le hacía gracia. Tenía una hija, una buena vida y un negocio boyante. No quería nada más.

Pero aquel hombre había despertado su interés.

No podía negar que, mientras estaban charlando en la cocina, había sentido cosas que creía olvidadas. ¿Cómo no las iba a sentir? Era alto, misterioso, sumamente atractivo. Cualquier mujer habría tenido unas cuantas fantasías al verlo. Tenía el carisma de los chicos malos, aunque el dolor que se adivinaba en sus ojos parecía indicar que no había sido siempre así. Y eso empeoró las cosas, porque ahora también quería cuidar de él.

–¿Va a nevar hoy, mamá?

____ se acercó a la mesa de la cocina, agradeciendo que la dulce voz de Holly hubiera interrumpido sus pensamientos.

–No lo creo, pero cómete las crepes. Cuando termines, daremos un paseo por el lago.

–¿Podré patinar? –preguntó, esperanzada.

–Bueno, no sé si el lago está suficientemente helado.

Holly asintió y empezó a comer más deprisa, evidentemente ansiosa por salir. No tenía madera de patinadora profesional, pero patinar le gustaba tanto como los cuentos de hadas.

Una vez más, se alegró de no tener que llevarla a un hotel. Holly tenía tanta energía que no habría soportado vivir en una habitación. Pero la casa de Harry era perfecta: acogedora, grande y con mucho espacio a su alrededor.

–¡Hola, Harry! –exclamó entonces la niña–. Mamá ha preparado crepes. Estamos de celebración.

–Vaya…

____ se giró hacia el hombre que estaba en la puerta y volvió a sentir el estremecimiento que tanto le molestaba. Era enormemente atractivo. Llevaba los vaqueros y las botas del día anterior, pero con una camisa verde y un jersey gris por encima.

Harry la miró con sus ojos cargados de secretos, y ella se preguntó qué estaría pensando. ¿En la forma de echarlas de allí? Quizá, pero no lo iba a permitir, así que alcanzó la cafetera y le sirvió una taza.

–Lo tomas solo, ¿no?

Él asintió.

–¿Cómo lo has sabido?

____ sonrió.

–No tienes aspecto de que te gusten las tonterías. No te imagino pidiendo un descafeinado con vainilla.

Harry soltó un bufido, alcanzó la taza y soltó un suspiro de placer tras probar su contenido. ____ lo comprendió perfectamente, porque se levantaba media hora antes que Holly para poder disfrutar de una buena taza de café.

Magicas NochesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora