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A la esquina de una calle conocida en una ciudad llena de edificios y gente que iba que acá para allá era donde se encontraban mujeres de la vida galante, sirviendo bebidas dentro de algún establecimiento o simplemente paradas al filo de la banqueta.

Los hombres se paseaban a diario desde las nueve de la noche en busca de una forma de quitarse el estrés que, en su mayoría, las esposas no podía.



La mayoría víctimas de trata, obligadas a dar su cuerpo por unos billetes, otras que fueron engañadas y que ahora pagaban deuda con los "padrinos", eran las prostitutas.

Y otros que vivían en situaciones similares. Pero que eran hombres.



Si, era de esperarse que en una ciudad tan grande hubiera diversidad, y esta no se quedaba corta en cuanto a las preferencias "especiales" de algunos clientes. El bar "Eight Ball" ofrecía estos servicios a discreción de la competencia que eliminaba a los prostíbulos gay's cómo plagas.

¿Qué si había mujeres? Si, pero ellas no hacían el trabajo. La mayoría cargaba con un celular repleto de una galería de fotos sucias para mostrar al cliente, él elige al muchachillo de preferencia y a continuación se le invita a pasar del brazo de una de las "edecanes"

Al entrar se hallan mesas y una pequeña barra donde se da la opción al cliente de tomar algo de la selección del día o algún juguetito en caso de necesitarlo; en lo que se distraía al cliente la edecán irá a la sala del jefe, el cual decidirá el precio a pagar y llamara al elegido a prepararse.



Todo un sistema, total y sencillamente delicado que hacía resaltar entre la comunidad dentro del closet, que aún sin ser del todo declarados homosexuales estaban consientes de lo que se hacía ahí.


Entre ellos estaba Murdoc Niccals, empresario fundador anónimo dueño de hoteles, propiedades y socio de una famosa empresa de licor escocés. Se ahogaba en billetes, no podía negarlo y tenía para comprarse la calle entera si quería.

Pero hoy sería un cliente más.







Pasaban las once de la noche cuando le dijo al idiota de su chófer que lo dejara en una esquina llena de putas y que no lo fuera a recoger hasta el amanecer. Él, solo le contesto cortésmente y arranco la Suburban.

Algunos de los ejecutivos que trabajaban con él le dieron la dirección y las instrucciones para llegar ahí, de una forma poco convencional, pero implacable.

El como pidió la dirección del lugar era más bien porque andaba de chismoso, metido en pláticas ajenas. Luego de integrarse a la pequeña charla de prostitución masculina, y con el solo deseo de aumentar el morbo dieron la ubicación del sitio.


De lo demás se enteró por su cuenta.

Al llegar a las afueras del local con luces neón, una chica de no más de veinte años le preguntó segura y coqueta:—¿Qué se te ofrece hoy guapo?

Él, algo nervioso por no saber como contestar por lo directa que fue suspiro pesadamente y atinó a rascarse la nuca, nervioso. La muchacha entonces saco de un bolsillo de una diminuta chaqueta de cuero un celular, y se puso a buscar algo en el.

Niccals, nervioso por aquello, pensó que tal vez al no decirle nada lo ignoraba con el celular en la mano, así que paso a retirarse. Se sentía en parte humillado, había bajado tan valiente del auto dispuesto a cogerse a algún tipo ¡Pero ahí estaba! caminando por la estúpida acera.

—¡Oye espera! — La tipa lo agarro del brazo y le dió el celular:—Escoge ahí

Jadeante le entrego una imitación de iPhone abierta en una galería con varias carpetas. Él se inmiscuyo en una de ellas al azar, siendo guiado de vuelta a la entrada del negocio.

Al terminar de cargarse las fotos pudo ver fotos de un tipo mas o menos de su edad, era tosco y tenía pelo por todas partes.


Le incómodo bastante.

Dispuesto a regresarle el celular a punto de sacar la típica frase de "No es lo mío" la muchacha tomó de nuevo la palabra:

—Seguro que ese no es su tipo, ayer en la noche el jefe trajo un chiquillo exótico —Dijo buscando las fotos como si fuera algo normal.—Es él.

Inmediatamente volvió a poner el aparato en sus manos y espero a ver reacción.

Era un muchacho, de no más de veinte años, con la piel más blanca que había visto en toda su vida. De ojos negros a veces, de ojos blancos en veces, con dientes faltantes.

Había miles de fotos suyas, las primeras mostrándolo con ropa y las demás en posiciones comprometedoras.
Conforme más avanzaba le daban menos ganas de detenerse, el ano abierto del muchacho que miraba a la cámara ruborizado le hacía querer quitarse los pantalones ahí mismo.

¿Qué se sentiría pasar la cabecilla de su miembro por dónde debían estar sus dientes frontales?



¿Gemiría al arrancarle la ropa y metérsela de una?




—Parece que encontramos un ganador

La tipa horrenda encaminó al hombre de treinta y cinco años hacia adentro del local. Era oscuro, como una discoteca y tenía luz tenue en dónde estaba la barra.

Había más tipos ahí, unos más jóvenes y otros más viejos que él, bebiendo sentados en sillones mullidos dónde se podía ver a una señorita bailar.

No sabía porque, pero le hacía sentir asqueado.

Las mujeres para él eran seres espectaculares llenos de sorpresas. Las amaba hasta que se tuvo que acostar con una.


Con su actual esposa, Jane.

La había conocido en una de las cientos de reuniones que se hacían en los hoteles de los que era dueño, y, en aquel entonces administrador. Era castaña, tenía pecas y era ligeramente más baja que él.

Eso le gustaba.

Comenzó a conquistarla, invitándola a salir a darse un respiro, y consecutivamente a comer algo.

Llegó el enamoramiento, se hicieron inseparables y se casaron por el civil. Fueron a la luna de miel, y si, tuvieron sexo. Pero él estaba borracho.

Cuando tuvo que hacerlo en sus cinco sentidos algo le desagradaba, no sabía que, pero sentía que algo sobraba. Estaba perdido, y el sexo no era para nada placentero.

Dejo de serlo después de caer en cuenta que tal vez se casó con la persona incorrecta.




—Siéntate aquí, en un momento vengo










Wrong Number [Studoc•]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora