Jane tomó de la taza mañanera como cada día, tranquila viviendo en lo que era su nuevo gran hogar: una casa alejada de la ciudad que se había arreglado en los papeles de divorcio y vienes separados que era su autentica propiedad.
Aún así, se sentía un poco sola.
No intentó buscar a otro hombre para su vida, al principio, porque pensaba que Murdoc estaba superado y que no necesitaba a nadie más. Aunque tiempo después se topó con la realidad, esa que le dijo que toda su vida estaba ligada a la del tipo con el que antes compartió la mesa, la cama y la vida.
Y lo peor de todo eso era que desde hace algunos días atrás no paraba de recibir llamadas de su ex.
«¡Segurito se dió cuenta del mujerón qué se perdió linda!»
Pero aún si llegaba a rogarle por teléfono desesperado, él sabía dónde vivía, donde estaba, en dónde comía, dormía y pasaba su día a día.
Era una estupidez llamar. Era una estupidez cuando podía llegar por su propio pie a tocar la puerta y disculparse.
—Hola
Y tal vez no le perdonaría nunca, pero lamentablemente no tenía a nadie mas que sanara su corazón como lo hizo él.
—¿Hola? — repitió.
La línea se escuchaba vacía, de hecho bastante oscura y densa para su gusto. Casi como en los programas de la televisión, donde el acosador llama pero no contesta.
—¿Número equivocado?—Preguntó esta vez, retadora, intentado hacer que le hablara. Imaginándose que tal vez se dió cuenta que ella era la indicada y que el bastardo con el que se largó era un juguetito más.
—Número equivocado —Reitero la voz al otro lado, amarga y tristona
Entonces rápidamente la mujer miró y chequeo que ese fuera el número de su ex, y en efecto lo era.
Pero la voz al otro lado no era la de él.
La voz del otro lado se quebró y comenzó a balbucear cosas sin sentido, al parecer en pleno llanto.
¡Ni siquiera se atrevió a colgarle! No era como que todos los días pasara que un extraño la llamara para lloriquear en su oído con el celular de su ex.
—Pensé que tal vez estaría contigo— En su lugar, la mujer no se atrevió a mover un solo músculo después de que esas palabras resonaran al otro lado de la línea. Era la voz de un hombre, chillante y cortante ante la persona con quien entablaba una charla.
Y de pronto, algo en su interior le hizo apretar la quijada con rabia.
Era Stuart, el prostituto con él que su antiguo esposo la había engañado. Él hijo de perra que le hizo darse cuenta de que Murdoc, su Murdoc siempre fue otro.