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Al terminarse la semana y lidiar con tanta servidumbre y dinero, la nipona de orígenes Yakuzas se hacía del más grande imperio de hormigas trabajadoras que le daban ganancias a cambio de favores sexuales con desconocidos.

El único que no lo hacía era Stuart, quien realmente tenía encuentros sexuales casi formales con el hombre, seguramente, más poderoso del país.


Pero hace dos días que no había señales de vida suyas. Y para averiguar que había sucedido Ace fue tras sus huellas, sosteniendo una conversación sincera.

—¡Ya volví! Tengo información del muchacho

Noodle había caído en cuenta de que estaba en peligro. Y no iba a evitar nada, sabía perfectamente que los demás prostíbulos la tenían en la mira.

¿Pero cómo?

Stuart había platicado con ella al menos una semana atrás sobre un grupo de tipos platicando al otro lado de la acera de su bar. Al parecer, riendo mientras vigilaban algo.

Y no era que estuviera muriéndose de miedo o entrando en una crisis al imaginar cosas donde no había nada.



No, era simple y sencillamente su sexto sentido femenino diciendole lo obvio: que él imperio pronto se derrumbaría.



—¿Qué pasó?

Dos años después de aquel primer encuentro con aquel empresario que llego a tocar su puerta para poder probar su verdadera sexualidad.
Dos años después de que le diera un cheque en blanco para acabar por quemarlo solo le hizo darse cuenta del destino que llevaba marcado y corría por sus venas, ese que dictaba morir en la raya.

Morir.





Morir por y con el negocio.



—Stuart... —Se quedó pensando, respirando pesado.—Esta, está bien.





—¿Eso es todo? Menuda estupidez

—Espera carajo, trató de encontrar las palabras...



Tal vez era hora de terminar con todo.

Pero si el barco se iba a hundir, se hundirían con honor. No dejaría de ser ella hasta el final, esperaría hasta el último momento para gritar y pedir ayuda. Tal y como se lo enseñaron.

—Ace

—Solo espera






—No es sobre eso. Nos tienen en la mira, nos matarán

—¿Qué? —El hombre se quitó los lentes y se acercó levemente al escritorio de la jefa.

—La mentira no iba a durar para siempre, ¡Vamos ya lo sabíamos! No es ninguna sorpresa




—¡¿Y te quedarás aquí?! ¡Mujer hay que irnos cuanto antes!


—No soy una cobarde. Escúchame, puedes elegir ahora sí largarte o quedarte. ¡Puedes hacerlo mierda no te estoy presionando a nada!

Nunca había ninguna pizca de silencio en aquel despacho, las paredes eran demasiado delgadas y se escuchaba todo y nada al mismo tiempo.

No había nada más que decir.





Nada más que hablar.

Entonces fue que el de tez verde cayó al suelo sobre sus rodillas, escuchando a su alrededor las manos resbalar por pieles, las caladas de algún cigarrillo a la distancia y el chirrido de las sillas con vasos de vidrio repletos de espeso licor.

Wrong Number [Studoc•]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora