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Al filo de la mañana, aproximadamente a las siete el sol saldría y Stuart cumpliría los treinta años.



Era curioso como en todo el tiempo, después de lo que sucedió en el bar, con su vieja amiga y su ahora novio le cambiara la vida en un dos por tres. Vivía con Murdoc, quien lo metió en la empresa con papeleo falso para hacerle pasar por un secretario y poco más. Y, en secreto, para que pudiera tener poder de la empresa el día que el ya no estuviera.

Para Murdoc ya no era ninguna sorpresa que después de cinco años comenzara a sentirse desgastado por una estúpida gripa, o alguna aflicción que no superara hace un tiempo, pero que cada día se hacía pesadísima de sobrellevar con su mal.

Siempre cargaba un frasco de pastillas para poder recuperar la energía que perdía por unas cuantas horas de trabajo, una caminata por el edificio o incluso cuando se trataba del sexo.


Ya no era lo mismo y lo sabía.

Y cada día le carcomía algo dentro de sí cuando Stuart se daba cuenta de su sudor o de los constantes intentos por conciliar el aire cuando terminaban de besarse. O incluso, aventándole mentiras bastante bobas sobre los medicamentos que tomaba, diciendo que era "para la cabeza" o un "dolor de estómago"

Sentía seguridad en que Stuart sospechaba de que algo no estaba bien, pero no podía dejar de engañarlo, ¿Qué le diría? ¿Qué estaba a punto de morir? O lo peor, ¿Qué estaba enfermo y lo había contagiado?

—Hola —Stuart entro de sorpresa al despacho con un vaso de agua y papeles.— Ya se que me dijiste que tocara pero se me va el avión


Era tan bonito verlo así, tan vivo. Sabía que él era un cuarentón y que no le duraría lo suficiente como para verlo feliz el resto de la vida. 

Era lo lamentable, de, que no pasarían su vejez juntos.

—Ya sabes que no importa Stu, además las ventas del alcohol nunca van a bajar. O bueno, cuando la gente sea mas consiente de que eso los matara

—Bueno, eso sí, pero de todas formas aquí están los informes Mudz

Stuart vestía de un pantalón de gala marino apretadísimo, junto a una camisa blanca y un saco del mismo color del pantalón. Murdoc a veces encontraba divertido que todos se guardaran los comentarios despectivos hacia su persona por tener un papel falso que decía que había ido a una universidad prestigiosa, cuando en cambio, lo encontró en un prostíbulo. Había ocasiones en las que, para humillar a los empleados se le antojaba decirles que incluso un marica de closet como él tenía mejor puesto.


Pero ya no tenía veinte años. Tampoco pensaba igual.

¿Lo hizo alguna vez?


Hablar del aura erótica que cargaba por naturaleza el peliazul era una cosa exquisita. Algo de lo que, Murdoc podría hacer una tesis entera, sin pausas, en una sola noche explicando con lujo de detalle todo lo que le hacía sentir.




«Lucecita brillante de sol, que ilumina mis mañanas. Haces mis atardeceres brillantes a la hora en que te ocultas, y aún así, me ofreces en tu partida la mejor de las vistas»


¿Qué pasaría si hoy fuera su último día?


¿Y si hoy era su última puesta de sol?

¿Qué quedaría de sus cenizas y qué mas daría que los encontraran en pleno acto sexual? Seguro que cuando ya no pudiera ni sostenerse en pie, cuando una cama fuera su prisión se moriría de risa.

Si que sería para recordar.



Entonces fue que, cuando Stuart acabo por ordenar su escritorio, —que estaba lleno de basurilla de lápiz y restos de la comida de apenas hace una hora— le tomó de la cintura haciendo que todo su peso cayera en sus piernas.

El ojinegro volteó de inmediato a mirar a su pareja, dispuesto a preguntar el porque de tan brusca acción. Pero se topó con sus manos, las cuales, acariciaban sus mejillas y sus cejas.



Stuart de repente recordó a Noodle. Ella solía decirle que sus cejas eran terriblemente largas y anchas. Había crecido en un orfanato lleno de idiotas que siempre le molestaban por su aspecto o su cuerpo. Por ser él consentido de la muchacha que llegaba a darles las cosas que la gente solía tirar a "caridad".

«¡Eres un niño muy lindo!» recordó su voz, cuando el apenas tenía once años y acaricio su cabello. Y cinco años más tarde, luego de una golpiza por verle "maquillado como una marica" ella decidió llevárselo de ahí. Fundaron el prostíbulo y eran un equipo.

De alguna manera, sintió que cuando comenzó a "salir" con Murdoc la dejó de lado. Tanto que no pensó en ella hasta que por desgracia encontró destruido el sitio que ya en la actualidad era un restaurante.

La verdad era que nunca se acostumbró a eso de vivir en un departamento, a ir a trabajar en una oficina o sentarse siquiera en un escritorio.

Su alma nunca salió de prostíbulo.


Y era justo en eso en lo que pensó durante el juego previo con la lengua del pelinegro rodeando su cuello, con mordisqueos en sus puntos sensibles tratando de desatar su camiseta.

No recordó que estaba sentado, casi desnudo sobre el escritorio de quién se suponía era su jefe. Dónde cualquiera podía llegar, tocar y pasar con libertad de verlos mientras él se desmayaba de placer y Niccals entrometía su tacto húmedo debajo de su cadera. Mientras el sostenía su cabeza, pasándole las piernas por los hombros con movimientos sucios que le sacaban el aliento.

Y aunque lo recordó, y también revivió a Noodle en sus memorias decidió ignorarlo igual, porque se estaba divirtiendo.

Se quitó la camiseta y desató con rapidez su cinturón para despojarse de cualquier prenda que lo cubriese, quedando totalmente desnudo a la hora de montarse sobre la silla con Murdoc sentado sobre ella, masturbándose mientras bajaba como podía su ropa interior.

No supo ni como, pero acomodó sus largas piernas a modo de que quedarán encerradas entre el respaldo y de dónde Murdoc se agarraba fuerte para evitar soltar algún gemido. Mientras lo miraba con la camisa a medio atar, con un leve sudor y una sonrisa juguetona que le decía que bajara ya.


El cuerpo de tez clara le daba la espalda a la puerta de dónde había entrado hace ya un rato. Se le miraba, desde aquel lugar, levantando y dejando caer sus caderas, las cuales tenían casi encarnadas las uñas de un hombre de tez oliva, que también tenía su hombría dentro de, quien en teoría era su secretario.

El sonido del sexo era imposible de ocultar. Por más que Stuart mordiera con lujuria la corbata de su superior, y él intentará ocultar su visible estado de excitación amordazándose con la piel blanquecina, la energía con la que Stuart arremetía contra las piernas y falo del empresario era algo que no se podía evitar escuchar.

Y, quien tampoco lo pudo ignorar fue la empleada de intendencia, que tuvo que poner un letrero de piso mojado para que nadie más se acercara a ver tremendo espectáculo.



Pasada media hora, literalmente, fue que el peliazul salió del despacho, que hace unos minutos estaba lleno de gemidos y ruidos dignos de cualquier porno; con el saco de su amante, porque el propio tenía que ser enviado lo antes posible a una tintorería.

La mujer solo se quedó viendo con resignación su caminar, que no tardó en desaparecer por la distancia, y se dispuso a volver al pequeño cubículo donde se guardaban los artículos de limpieza. No sabia a ciencia cierta quien era aquel tipo, pero algo en él, inevitablemente le llamaba la atención.

¿Podría ser..?


—¡Martha! Llevo gritando desde hace una hora, de veras que hoy traes una cara ¿Pues que pasó?



Ella, ya con su ropa civil,  solo suspiró desganada al ver que era mas tarde de lo normal y seguía parada como estatua a las afueras del corporativo.—Solo estoy cansada




Ambas tomaron algo de aire y se largaron, para que unos minutos después, ya caída la noche un Camaro esperara a la salida de Pot.



Wrong Number [Studoc•]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora