—¿Qué no era para que los muros dejaran de ser ruidosos? —preguntó por lo bajo un afroamericano, limpiando una copa.
—Ahg, al parecer ahora es el atractivo del lugar
Paula y Russel platicaban entre dientes de cosas que para los clientes eran lo de menos. La mujer ya estaba harta del constante ambiente sexual, y bueno, a el bartender le importaba poco.
Todo el lugar era un desastre. Cracker y su equipo de empleadas había estado teniendo más riñas que de costumbre, y lo peor era que de a poco se hacían menos llevaderas.
Los clientes que a la vista de otros prostíbulos eran poco masculinos también se hacían más presentes y eso la traía bastante aturdida.Noodle por su parte era bastante observadora, e incluso en ocasiones ofensiva en cuanto a como expresaba las diferencias de los clientes que tenía:
«Aquí hay de dos opciones, a los que les dan y los que dan, sencillo. No hay nada de relevante Paula» Llegó a decirle la jefa ya harta de que enviara a clientes con empleados que no eran precisamente de su preferencia.
Y es que, eso de ser la gerente, de tener a las recamareras cortitas y básicamente ser los ojos de la nipona, era, bastante frustrante.
Nadie más que ella se daba cuenta de que el sitio poco a poco se desmoronaba y que tenía la toda esa pesada carga sobre su espalda.—¿Y qué hay con eso? Dicen que la gente no paga si no hay morbo de por medio
Russel era más bien realista. Le tocaba hablar a diario con hombres casados que recurrían a la bebida por no saber cómo resolver el enredo en el que habían convertido sus vidas.
En su mayoría solo se dedicaba a intoxicar a los clientes hasta que ya no pudieran hablar para que lo dejarán en paz.
Pero a veces el chisme estaba bueno.
Él era un conocido de Ace, el guarda espaldas del jefe, quien le ofreció en aquél negocio la oportunidad de hacer poco por mucho. Su oficio de vida era emborrachar para cobrar su paga por lo que era bastante común que orillara a más de un hombre a tomarse una copa antes de pasar a averiguar que tan estúpido sonaba hacer eso de acostarse con su mismo sexo. Luego de eso el cliente ya no sabía ni como había llegado ni en dónde estaba.
Estaba bastante orgulloso, pues a partir de su pasado en las calles, donde se la vivió comiendo de basureros y robando para conseguir algo de licor fue como se rehabilitó. Y, después de años encontró su verdadera vocación, que salió de emborracharse a diario, para emborrachar a los demás.
Por otro lado, para los bolsillos de la Yakuza, los empleados, las contrataciones y todo lo relacionado había subido bastante. Los jóvenes, de veinticinco a casi treinta y dos años eran los que más llegaban a tocar las puertas traseras del "Eight Ball" en busca de un empleo que no era el mas digno, pero si el mejor pagado por unas horas.
—Es asqueroso por dónde lo veas... ¿Quién disfrutaría escuchar como se cogen a un tipo cualquiera?
—Mira a ese de allá — Entonces ambos intentando buscar el punto, casi a un lado de la habitación de Stuart, un tipo sentado parecía estar haciendo algo más que solo escuchar.—Ese es un degenerado
—¡Russel! ¡Carajo yo no quiero ver eso!
—¿Crees que ese tipo no pagará lo que sea que pida el jefe a cambio de vivir eso en carne propia?
Algo indigno que les hacía cumplir una cadena de consumismo desenfrenado bastante retorcido.
—No suena tan descabellado ahora que lo mencionas