«¿Y luego que se hace..? ¿Me largo o me quedo?»
Ya habían terminado,—de hecho ya hace mucho— sucios y cansados, sudorosos acostados desnudos mirando el techo.
La lámpara que había en la mesa de noche estaba prendida, lo que se le hizo ilógico al pelinegro, pues el foco sobre ellos alumbraba muy bien. Por lo que decidió apagarla y volver a ver el techo que tenía pequeñas protuberancias de cemento que se imaginaba tocar.
—¿Te puedo ser sincero? —Le dijo de repente en su breve divagación.— No sé si irme o quedarme
Parecía tan serio que no se imaginaba verlo reír nervioso a su lado, preguntando lo que ninguna persona sobre la tierra le pregunta a un hombre de la vida galante.
A alguien cómo él, preguntarle si quedarse o irse. Qué idiotez.
Solo podía sonreír, aunque en sus adentros se encontraba algo roto de saber que se había entregado a alguien que tal vez se desaparecería al día siguiente. Y sobre todo, que sólo era un muchacho dentro de un prostíbulo gay, no tenía punto de comparación con quién seguro compartía su vida o su día a día.
—Bueno... Realmente, los clientes se van a pagar a la oficina del jefe — Le comentó con obviedad.— Todos se van acabando lo que se hace, tu sabes, solo somos pasajeros
Murdoc notó algo de fragilidad en las palabras de Stuart. Como si lo que había sucedido esa noche no hubiera sido nada.
—Esta noche tú me hiciste muy feliz — Confesó dejando todo lo que había reprimido durante su vida, sus sentimientos:—Eres especial para mí Stuart, porque hoy me diste tu primera noche
«La primera de tantas» pensó.
Lo había llamado por su nombre, le había pedido permiso de tocarlo y le había dado la mejor noche de su vida.
Era como un sueño.
El hombre entonces decidió voltearse para mirar mejor el estado de su amante; marcado con sus dientes y uno que otro chupetón que él también tenía. Sudor y un fuerte rubor en su cara mientras sonreía perdido en la luz artificial de la habitación junto a una sonrisita boba con un diente faltante.
—¿Cuántos años tienes? — preguntó de la nada, Rompiendo un poco el ambiente de tristeza que estaba a punto de formarse por su culpa.
—Treinta y cinco
Entonces fue que se sintió viejo al decir ese numero, y se sintió tan solo, pues a pesar de tener todo el dinero del mundo para comprar la ciudad, tener una esposa y una supuesta vida feliz, tenía que ir a un prostíbulo para poder sentirse a salvo.
—Vaya... Yo tengo veintitrés, pero realmente no he hecho nada importante
—¿A qué te refieres?
—Yo, solo soy un chiquillo en un prostíbulo que podría quedarse a complacer a otros por siempre. Pero tú tienes libertad de venir aquí, de escogerme y pasar una noche conmigo lo quiera o no — Dijo casi hablando con las manos, echándose aire para para no llorar:— Yo no tengo como hacer eso porque bueno, solo soy yo
Murdoc entonces recordó que en efecto, cualquiera que tuviera el suficiente dinero rentaría su cuerpo, y no sería él. Entendió lo terrible que era darse a un hombre distinto cada noche.
Entendió el martirio que tal vez, estaba a punto de vivir.
Entonces se le ocurrió hacer algo que, a lo mejor haría que quedara libre.