05 de Marzo de 1999.
"LOS MONARCAS DEL
REINO UNIDO ASESINADOS".Ese fue el titular que tenían todos los periódicos de Inglaterra por la mañana. El pueblo se encontraba devastado con tal noticia, todos querían saber los detalles. ¿Quién lo hizo? ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo lo hizo? Sin embargo, ni siquiera el Ministerio del Interior contaba con una respuesta concreta.
Poco después del medio día la noticia se había expandido por toda Europa, la BBC transmitió desde lo más cerca que pudo estar del Palacio de Buckingham. Francia, Italia, Irlanda y España fueron los primeros países que se comunicaron con Henry Beauclerk: Primer Ministro del Reino Unido. Toda la situación se estaba saliendo de control, y lo único que las autoridades tenían era a un sujeto con aparentes problemas de asma.
En New Scotland Yard el reloj ya había marcado las tres de la tarde, el presunto sospechoso permaneció en la misma sala de interrogatorio por más de doce horas, tenía unas terribles sombras violáceas debajo de los ojos, eran casi del mismo tono del hematoma en su pómulo. Había una línea de sangre seca que bajaba desde su nariz hasta casi llegar al mentón, y ni hablar de lo demás.
La puerta de la sala fue abierta nuevamente quince minutos después de la última vez, el inspector encargado volvió con un par de carpetas y hojas en las manos. Entonces, habló:
—Ryan Hudson —dijo lentamente, analizando su nombre mientras tomaba asiento frente al individuo—. Veintinueve de Septiembre del setenta y cuatro. Veinticinco años. Soltero. Sin título universitario. Pintor de... casas. Veo que nuestro café es de tu agrado —señaló con el dedo unos cinco vasos vacíos sobre el escritorio.
—Toda esta situación me causa ansiedad, señor —dijo Ryan, jugando con sus pulgares—. ¿Cuando podré volver a casa? Mi madre debe estar muy preocupada por mi y... ¿Mi inhalador...?
—¿Qué hacías escalando la verja del palacio a la una de la mañana? —preguntó directamente, manteniendo un semblante duro.
Ryan parecía nervioso. O más bien ansioso, aún tenía la mirada perdida y mantenía su versión de los hechos. Las esposas al rededor de sus muñecas sonaron cuando levantó una mano para rascarse la nariz; luego, exhaló aire.
—Señor... Solo trataba de buscar el juguete de Candy, mi pequeña perrita. ¡Oh, santo Dios! Cuando ustedes llegaron se asustó tanto que salió corriendo. ¿No pudieron encontrarla? Por favor, señor, búsquenla.
—Hudson, no estoy para tu maldito juego —escupió el inspector.
Se masajeó la sien antes de sacar una bolsita de plástico que tenía en el bolsillo, la cual tiró con desdén sobre la superficie. Dentro, había un anillo de plata, un modelo basado en raíces entrelazadas que sostenían un pequeño zafiro.
—Anillo de la reina Isabella, dedo anular izquierdo. Lo adquirió en el ochenta y siete. ¿Por qué estaba en tu poder?
—Este anillo es una reliquia familiar —dijo Ryan, acercando sus manos temblorosas a la bolsa sin tocarla—. Le pertenecía a mi abuelita y ayer por la tarde yo...
El inspector se levantó de su silla, golpeando la mesa con ambas manos, el estruendo retumbó por toda la sala, y Ryan pegó un respingón.
—¿Sabes por dónde me paso la historia de tu abuelita? ¿Te puedes hacer una idea? —tensó los labios. El contrario no dijo nada—. Venga, contesta.
—Se la va a... pasar...
—Por los cojones. Concretamente de la parte de atrás de los cojones. De la zona oscura, donde no entra ni Dios. Te lo voy a preguntar una última vez: ¿Asesinaste a los reyes sí o no?
Ryan pasó saliva, apretando la mandibula y manteniendo la mirada en la del inspector para responder un simple:
—Yo no lo hice, señor.
El inspector no dijo nada, se contuvo de golpearlo para sacarle le verdad, él podría jurar por su hija que este hombre había cometido los asesinatos, era el único sospechoso y todas las pruebas apuntaban a él. Pero ni siquiera hubo un juicio de por medio. Ni siquiera habían pasado veinticuatro horas desde que los reyes del Reino Unido habían sido brutalmente asesinados. Suspiró y se reincorporó, acomodándose el saco.
—Te vas a pasar unas buenas vacaciones en la prisión de Manchester, hijo de puta —aseguró, saliendo de la sala con fuertes zancadas.
Afuera, maldijo por lo bajo al no lograr su objetivo, el inspector era un hombre de poca paciencia aunque no lo pareciera, o quizá el objetivo del interrogatorio le impulsaba a saber la verdad en el menor tiempo posible.
Decidió calmarse un poco en medio del pasillo, se desaflojó la corbata del cuello cuando un hombre se le acercó.
—Ejercicios de respiración. Inhale, exhale —espetó el hombre, uno rubio de altura promedio, sostenía un maletín y estaba vestido de traje—. Venga, conmigo. Uno...
—¿Y usted quién coño es? —El inspector frunció el ceño, alejándose.
—François Bouffart, abogado de Ryan Hudson.
—¿Abogado? Ese tipo no tiene salvación.
—Todo tiene solución, inspector Beaumont, mi cliente tiene derecho a un abogado y a ser llevado a juicio.
Beaumont no argumentó nada más. Si ese hombre era su abogado y quería perder su tiempo, le daba igual. Le miró de abajo hacia arriba una última vez.
—Con permiso, señor Bouffart —Y, posteriormente, se fue.
François lo miró de reojo con diversión, alzó la comisura izquierda de su boca y reafirmó el agarre en su maletín. Caminó hasta la puerta de la sala de interrogatorios y giró el pomo para abrir la puerta. Quedó de pie en el marco. Ryan, al darse cuenta de una nueva presencia, giró el torso hacia el abogado, y sonrió ampliamente.
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EL PRECIO DE VIVIR © #1
Gizem / GerilimTrilogía Vida, Libro I. ㅤEl asesinato a los monarcas de Inglaterra fue un balde de agua fría arrojado por los medios a la población. El abogado que logró dejar en libertad al principal sospechoso decide rehacer su vida en Londres junto a sus cuatro...