"Laguna."

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Observe atentamente a las personas en la enorme sala, el bullicio de gente disfrutaba de la velada comiendo los aperitivos, conversando entre ellos y bailando al son de la música; el día de hoy se hacía oficial mi compromiso con el hijo del gobernador Blossom, a pesar de no estar de acuerdo con esto –puesto que mi padre prácticamente me ofreció como un tributo para poder ascender en la política– me veía indefensa y prácticamente imposibilitada de rechazar tal compromiso, era mi deber como hija única el aceptar el destino que me deparaba y continuar con mi vida, aunque esta le perteneciere a un hombre que apenas conozco.

Había crecido con la voz de mi madre repitiéndose en mi subconsciente, recalcándome que era mejor depender de un hombre con un alto nivel social, que arriesgarme a pasar penumbra a lado de otra persona, aunque esta fuera el motivo de mi amor. Solía decirme en aquellas tardes donde nos juntábamos para tomar el té, que la vida que me esperaba a lado de Joseph Blossom sería una vida envidiada por muchas personas y que los privilegios que traía consigo el título de esposa, irían creciendo conforme el tiempo.

Quería creer que aquello lo decía para ayudarme a convencerme de un trato sobre el cual yo no tenía voz ni voto, sin embargo, muy en el fondo, sabía que aquellas palabras estaban más que fundamentadas; odiaba siquiera pensarlo, aborrecía con mi alma sentirme como un objeto, sin embargo, tenía que soportarlo y fingir con una enorme sonrisa en el rostro por la tremenda oportunidad que mi familia tendría debido a mi compromiso, y según palabras de mi padre, debía de agradecer el hecho de que seguiría formando parte de la cúspide de la sociedad, evitando ser vendida como esclava al mejor postor.

"Quizá, nacer en esta familia al final era una bendición de Dios."

-Jennie.

Por primera vez desde que llegamos al evento, mi futuro esposo me dirigía la palabra, había pasado toda la velada conversando con los invitados, todos hombres por supuesto y ahora era momento de tomar mi papel y actuar.

-Joseph. –Musite, sonrió gentilmente, acercando su robusto cuerpo al mío para tomar mi mano y depositar un beso en su dorso.

-Espero estés disfrutando de la velada, mi madre ha preparado todo con mucho esmero. –Comentó invitándome a entrelazar mi brazo con el suyo, asentí aceptando su oferta para después empezar a caminar entre el bullicio de gente.

La demostración del perfecto acuerdo matrimonial había dado inicio.

Saludamos a varios políticos y allegados, escuchando tranquilamente sobre sus negocios, me mantuve de pie a su lado asintiendo y agradeciendo por los elogios hacia nuestro compromiso, la suerte que había tenido Joseph en desposarme y los que compartían hacia mi persona puesto que, para la mayoría de ellos yo era la pretendiente perfecta y como no serlo, si toda mi vida mi padre se había encargado de prepararme para este momento.

Al provenir del seno de una familia dedicada a la política, con una buena posición social, mi educación había sido tan perfectamente planeada que se me reconocía por ser la única joven que no perdía los estribos o causaba problemas, siempre obedeciendo las reglas y mandatos de mi padre y de todo hombre que se pusiera enfrente, sabía cuáles eran mis obligaciones como hija y cuáles serían como esposa. Mi condición física era espectacular, no solo refiriéndome a mis proporciones, puesto que según palabras de nuestro doctor de cabecera; "sería perfecta para cumplir mi rol de madre"; hay tantas cosas buenas que alabar sobre mi persona que podría seguir y lo sabía, puesto que mi padre había sido el encargado de recordarme cada una de ellas, moldeándolas y desarrollando aquellas que el pensara necesarias, esperado lo necesario –veinticuatro años de formación, para ser exactos– hasta encontrar a alguien similar para mí y para sus deseos políticos y económicos, claro está.

DONCELLA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora