Capítulo 39

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Nueva York, 2000.

Llegué a casa tras mi segundo primer beso con Clark sacudido por una euforia casi adolescente. Puede que este detalle estuviese más vinculado al alcohol que al propio Clark, pero mis risitas de joven que acababa de ser correspondido por la chica de sus sueños —y no olvide, lector, que también fui ese joven en el pasado— eran tan incontrolables como mis esperanzas.

El milenio apenas estaba empezando y no tanto tiempo atrás yo estuve convencido de que moriría con el siglo que me vio nacer. En su casa de San Francisco, Russell también arremetía contra las expectativas sobre su salud. Había cierto regusto amargo en advertir cómo nuestros caminos parecían destinados a separarse por encima de todos nuestros desafíos al futuro trazado para nosotros, mas tampoco pensaba mucho en eso.

Estaba demasiado ocupado con Clark. Incluso en su ausencia, dedicaba todas las horas muertas de mi día a preguntarme dónde estarían él y su autobús viejo. Me llamaba después de cada presentación y me enviaba fotografías en las que aparecían sus recién encontrados admiradores, y yo, armado con un mapa y las indicaciones casuales que me hacía, iba siguiendo sus pasos desde mi habitación.

Dar aquella gira fue lo mejor que pudo hacer y me alegraba de haberlo persuadido. Lucy, a su pesar, también me lo agradecía. Con el apretado itinerario que lo llevaba de ciudad en ciudad, un álbum que pudo haberse reivindicado en diez años como clásico de culto acaparó toda la cultura popular que su estilo e intérprete le hubiese permitido. Se vendía como pan caliente y ni Clark ni yo dábamos crédito a lo lejos que había volado debido a mi pequeño empuje.

Esa noche, nos reencontramos. Un par de personas lo reconocían y se preguntaban, en voz baja, dónde estaría la chica que mecionaba en todas sus canciones, la que lo había abandonado, sin imaginarse que se trataba de mí. Contrario a lo que mi introducción al episodio pudo insinuar, no bebimos de forma irresponsable, aunque a juzgar por el modo en que Debra me miraba desde el sillón de su marido cuando entré, cualquiera hubiera supuesto que sí.

—Buenas noches —sonreí, desplomándome sobre el canapé.

Debra levantó una ceja, los brazos cruzados.

—¿Qué estás haciendo aquí? Te dije que no me esperaras despierta.

Silencio. Me incorporé.

—¿Qué hice mal ahora?

—Nada... —replicó fríamente ella— aún.

Resoplando como un globo, volví a dejarme caer.

—Saliste con Clark de nuevo.

—Sí, ya ha pasado antes...

—Exacto. ¿Y qué pasará después?

—No lo sé, ¿qué?

Gruñendo con impotencia, Debra se levantó. Yo fui detrás.

—Así que el siguiente paso era juzgarme por errores que aún no he cometido.

—La palabra clave aquí es «aún», Gordon.

No intenté batallar contra la frustración, masajeándome las sienes y chasqueando la lengua entorpecida por el champán.

—Lamento si te ofende que me preocupe, pero creo que he sido bastante consecuente con mi preocupación durante los años suficientes para ganarme ese derecho —prosiguió ella—. Tal vez a ti no te parezca una mala señal que vuelvas a salir con alguien a quien ya diste la espalda y regreses habiendo roto tu promesa de sobriedad. A mí, por otro lado...

—¿Se puede saber a quién demonios le prometí sobriedad?

—¡A ti mismo, pedazo de... glándula!

—¿Glándula?

—¡No cambies el tema! —Suspiró, tratando de calmarse—. Aunque supusiéramos que te controlaste, que puedes controlarlo, que fue solo un desliz... Clark es un ser humano. Un ser humano al que ya defraudaste demasiadas veces. Tú... ¿has escuchado su álbum? Se llama Hollywood después de las doce, ¿sobre qué crees que es?

—Por supuesto que lo he escuchado —me defendí—. Por supuesto que sé... sobre qué es.

—¿Y?

—¿Y qué? ¿Qué pasa?

—Ese es justo el problema —señaló, asintiendo como si la hubiera decepcionado una vez más—. No puedes escuchar ese álbum, llevarlo a cenar y decirme que no sabes lo que pasará después. Tienes que saberlo, Gordon, y si no estás seguro, no puedes salir con él e ignorarlo hasta que desaparezca. —Me tomó por los hombros—. Clark sigue enamorado de ti y debes... necesitas empezar a preguntarte si estás enamorado de él, por él más que por ti mismo.

Desorientado, pestañeé. Desde luego que ya había llegado a la conclusión. No era tan insensible como aparentaba y menos aún con Clark. Pero que Debra me pusiese entre la espada y la pared, que me acorralase contra esa interrogante cuya respuesta me negaba a averiguar...

Debra me soltó y caminó hacia la salida de la estancia. Antes de subir el escalón, me miró a los ojos.

—Por favor, piénsatelo en serio. Incluso si estás confundido, incluso si no lo amas... creo que de lo que no hay duda es que lo consideras tu amigo. Entonces, si es tu amigo, resuelve lo demás, porque saldrá lastimado y sé que no te quedarás a limpiar el desastre. —Se giró y siguió caminando—. Ese no es tu estilo.

Furioso y arrinconado, decidí que empezaría a buscar un apartamento tan pronto como me fuera posible. Cualquier cosa que me alejase de Debra lo suficiente para sentirme también lejos de sus preguntas, a pesar de que significara huir de mí mismo.

Ella tenía razón. Mi estiloera huir.

CONTINUARÁ...

N/A: Ya estoy instalada, todo salió mejor de lo que esperábamos y ya puedo dejarles con este humilde capítulo. Espero que les haya gustado y recuerden que pueden seguir apoyándome en ko-fi.

Mi amigo Russell (VERSIÓN EDITADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora