I: Lago de estrellas

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El niño se recostó a la ventana y soltó un tembloroso suspiro. El cristal le enfrió la mejilla de golpe, pero no se alejó.

Miró hacia fuera, era de noche, una noche de otoño particularmente fría. El invierno estaba cerca. El cielo nublado no permitía ver las estrellas ni la Luna, el paisaje era rígido y hostil, los árboles sin hojas torcían sus ramas desesperados por el frío y las hojas caídas se acumulaban unas sobre otras, esperando nada más que hacerse polvo, pero al niño resguardado en la casa le pareció más acogedor estar entre aquellos árboles y hojas que su propio cuarto.

Desde su lugar junto a la ventana oía los gritos de sus padres. Discutían, sobre todo de dinero o de la ausencia de este, esperaban a que él se acostara y luego se trancaban en la habitación y se gritaban durante horas, a veces escuchaba el sonido de cosas romperse, luego el llanto apagado de su madre y los resoplidos angustiados de su padre.

El pequeño se sentía solo, aislado del mundo, apartado y olvidado por sus padres como los juguetes rotos que eran abandonados en el parque.
Quizás esa fue la razón que lo llevo a abrir la ventana y salir al patio. El frío súbito le sonrojó las mejillas y la punta de la nariz. Miró la puertecilla de la cerca de la casa, con unos pocos pasos estaría fuera.

Sin pensarlo demasiado echó a correr, atravesó la puerta, corrió por la calle descalzo. Las piedrecillas del suelo se le clavaron en los pies, pero no se detuvo. Detrás se desvanecían las voces de los padres.

Mientras avanzaba chocó con un hombre trajeado y una señora, ninguno paró a mirarle. Eran personas demasiado ocupadas, no tenían tiempo para un niño. Cruzó un puente y aumentó la velocidad al pasar por un trillo de arena negra y fangosa. El borde de su pijama se manchó. Interrumpió su carrera cuando llegó a la orilla del lago y el agua helada le rozó los dedos de los pies. Dio un paso dubitativo hacia tras, luego se precipitó dentro del agua.

Primero las piernas, el agua gélida relentizó su marcha. Después le llegó al pecho, a la altura del corazón que latía frenético. Pronto los pies dejaron de tocar el fondo y sus músculos agarrotados le impidieron continuar. Dejó de sostenerse, comenzó a hundirse. Cuando sus mejillas perdían el tono rosado y se ponían azules miró al cielo, a través de una pantalla de agua. La Luna y las estrellas brillaban tan intensamente sobre él que se sintió diminuto, intentó alcanzarlas, con dificultad sacó la cabeza del lago, inspiró y expiró con tanta fuerza que le dolieron los pulmones. En la otra orilla brilló una figura, incluso más que las estrellas sobre él. Quiso llegar allí, no obstante, las piernas le fallaban por el frío, los brazos pesaban como piedras, la mandíbula le temblaba, los ojos le escosían, se le nublada la vista...

Pese al entumecimiento de su cuerpo, nadó, la primera brazada le costó horrores, mas las siguientes fueron aún más dolorosas. El niño pensó que nunca llegaría a la orilla y cuando estaba a punto de rendirse sus rodillas chocaron con el fondo irregular. Se arrastró fuera del agua y la figura tomó forma de mujer ante sus ojos. Se acercó a él con paso lento y despreocupado, le tendió la mano sonriente. El pequeño la rechazó con un gesto de la cabeza, la sonrisa femenina se hizo aún más grande.
Él se levantó con la poca fuerza que le quedaba, en la otra orilla se escuchaban las desesperadas voces de sus padres, gritando su nombre.

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