III: Recatada morbosidad

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       *Contenido sexual explícito*

El día que Gregorio alcanzó la eterna felicidad estaba  completamente desolado.
Eran las dos de la madrugada y se encontraba sentado frente a su computadora, buscando atolondrado culaquier ofertilla de trabajo en internet; esa misma tarde el dueño del edificio le había enviado una última advertencia: si no pagaba los tres meses que tenía de atraso sería echado. 

Gregorio era muy consciente del hecho de que el dueño aún le permitía estar allí  debido a la poca popularidad del edificio;  estaba casi a las afueras de la ciudad, con las paredes mohosas y los departamentos eran pequeños, pero era lo único que Gregorio pudo pagar luego de ser despedido de su trabajo en un recorte de personal; desde entonces sobrevivía con los pocos ahorros que tenía y hacía ya un tiempo que comenzaban a escasear.

El pobre desdichado se recostó a la silla y soltó un suspiro frustrado, la suerte no le favoreció en su desesperada búsqueda de empleo.
Fue entonces cuando llegó a sus oídos el repiqueteo de unos tacones al otro lado de la puerta. Gregorio se levantó y caminó hacia la mirilla y para despejar su mente un rato, asomó un ojo. Justo en ese momento Tatiana, su fascinante vecina, pasó por delante luciendo un vestido negro de encaje que se amoldaba perfectamente a sus acariciables curvas y un par de tacones rojos de aguja fina con los que sus piernas parecían inacabables, sin embargo, nada llamó tanto la atención de Gregorio como aquellos ojos brillantes, decididos, salvajes, con los que tantas noches había soñado y a los que aún no podía definir el color, generalmente eran café, en ocasiones, avellana y por momentos lucían destellos carmesí.

Al desfile de la mujer le seguió el de un hombre que nada tenía que ver con ella, en cuanto a apariencia. Aquel tipejo era gordo, bajo y tenía la nariz más fea que Gregorio había visto en su vida.

El desagradable individuo entró con Tatiana al departamento, lejos de la vista del  inofensivo acosador.
Gregorio se sintió inundar de una curiosidad morbosa, pues era la primera vez que la hermosa vecina llegaba con un hombre, y dejóse guiar por sus pies hasta la cocina, agachóse al lado del refrigerador y acechó entonces a la pareja por un pequeño agujero en la pared, descubierto apenas unos días antes, por accidente.

Desde la privilegiada posición pudo ver claramente como Tatiana le susurraba algo al oído ajeno y, con movimientos  sensuales, pensados para provocar, tentar, seducir comenzó a desvestirse; primero el vestido, luego la ropa interior, el cuerpo completamente expuesto, excepto por los tacones rojos.

Gregorio apreció la piel tersa de las nalgas firmes, el sonrosado de aquellos pechos orgullosos, lo sedoso del cabello negro. Se imaginó que las manos que la acariciaban eran las suyas, que los labios que la besaban eran los suyos, que sería él quien se entrelazaría con ella.

En su ensoñación la mano del acechador se dirigió involuntariamente a su entrepierna,  palpando descuidadamente. Cuando Tatiana se sentó a horcajadas sobre su acompañante la mano descarada se escabulló entre los pantalones.

Mientras la pareja se besaba y exploraba Gregorio masturbaba su miembro semiendurecido, deleitándose con la figura femenina.
Cuando los amantes se fundieron en uno, Tatiana dejó escapar un suspiro satisfecho, casi imperceptible, pero que no pasó desapercibido para Gregorio, pues el delicado temblor de la voz provocó que la tela de su pantalón se mojara.

Los rostros de los hombres se deformaron con el éxtasis que pronto los invadió.

En el momento que los placenteros escalofríos recorrían la columna de ambos, y el orgasmo estaba a un solo movimiento, la hermosa mano de Tatiana se escurrió dentro de la gaveta entreabierta de la cómoda y, repentinamente, enterró una tijera en el cuello del desafortunado tipo.
Gregorio salpicó la pared con su propio líquido, mientras, el cuerpo de la mujer se manchaba con la sangre que salía a chorros del cuerpo, muerto en el instante, de su víctima.
Gregorio, regresando a la realidad, se horrorizó de la escena.

Tatiana se bajó de la cama y con unos pocos pasos llegó a la pared que los dividía, se agachó frente al agujero y dedicó la sonrisa más radiante a su único espectador.

La mujer salió del departamento, aún desnuda y manchada de sangre, y tocó el timbre de su querido vecino.
Gregorio recuperóse del shock de saberse descubierto con el agudo sonido y, con el corazón ahora frenético, corrió a abrirle la puerta.
Se encontraron al fin Tatiana y Gregorio frente a frente. La mujer lo rodeó en un abrazo cariñoso al que el hombre correspondió. Entonces el cuerpo de él comenzó a disminuir de tamaño, se volvió café y la espalda se endureció en un horrible caparazón aplanado.

Justo delante de ella estaba ahora un insecto asqueroso, una simple cucaracha.
Tatiana, aún sonriente, pisoteó al bicho con el tacón rojo, hasta espachurrarlo.                  

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