V: Hasta el amanecer

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El niño temblaba y sollozaba, escondido en la esquina del sótano maloliente en que se encontraba encerrado. Temía abrir los ojos, aunque todo a su alrededor era solo oscuridad, temía abrirlos y verlos a ellos, pero sobretodo temía gritar y que viniera él.

   Tampoco podía llorar, porque si lloraba, él se molestaba y luego lo lastimaría.

   Solo podía esperar, esperar el amanecer, y si llegaba la mañana y no había llorado o gritado como un "marica" entonces, él estaría feliz, le  palmería el hombro y le dejaría jugar en el bosque.

   Solo tenía que cerrar los ojos y aguantar, pero era difícil ignorar las voces.

— Tranquilo, estoy  contigo, siempre lo estoy —murmuró cerca de su oído la voz más siniestra, más entrecortada, más desesperada, pero la única a la que no le temía.

La suya.

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