VIII: Mente estrecha

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Las paredes, lisas y gelatinosas, lo apretaban, impidiéndole la respiración. Se arrastraba desesperado entre los pliegues, en busca de libertad, el estrecho conducto palpitaba y derramaba fluidos rojos mientras él avanzaba destrozándolo.

Finalmente llegó a un espacio más abierto y pudo respirar, justo en frente, la salida, cubierta completamente por una masa blanca y redonda, agarrada con tubos y fibras que se conectaban con la pared.

Irritado comenzó a romper el tubo con la boca. Las fibras se soltaron después de una eternidad, la masa blanca se echó hacia delante y con un ligero empujón dejó de obstaculizar el camino, rodó por el suelo, hasta detenerse con el iris azul mirando a la luz.

De la cuenca sangrante salió, al fin, el gusano atrapado.

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