𓎩 ˒˒ atrapados

80 8 0
                                    

Antes de salir en busca de Jack Frost y Elsa Arendelle, Viktor, Jarek y
Grippo habían sacado al profesor Black de los aposentos de Lothar Oelsner y lo
habían encerrado en una habitación.
El científico pidió a Lothar que encerrasen con él a Elizabeth, y así repararía la
avería que mantenía inmovilizada a la muchacha-robot, pero el propietario del club

La Estela Luminosa, que era a la vez un prostíbulo secreto, no accedió, alegando que
prefería que, por el momento, Elizabeth continuase averiada, porque así no causaría
ningún tipo de problemas.
El profesor Pitch insistió, garantizando que él se encargaría de que Elizabeth
no se mostrase agresiva, pero no sirvió de nada, y la muchacha-robot quedó en los
aposentos de Lothar Oelsner, completamente desnuda, para deleite visual del cerdo
de Lothar.
Deleite visual… y del otro, pues Lothar Oelsner no se conformó con mirar el
bello cuerpo desnudo de Elizabeth, y sus puercas manos empezaron a recorrerlo de
nuevo, tocándolo y oprimiéndolo todo, lo que provocó en él una creciente y sucia
excitación.
Lothar estuvo a punto de poseer nuevamente a la inmóvil Elizabeth, pero
finalmente logró reprimirse.

La próxima vez que hiciese el amor, lo haría con el
original, no con la copia.
Sí.

Elizabeth le gustaba mucho, pero no podía olvidar que era un robot, una máquina
con aspecto humano creada por el profesor Pitch a imagen y semejanza de Elsa Arendelle.

A esta quería Lothar.

Elsa era una mujer de verdad, sin complicados mecanismos en su interior.
Una mujer auténtica, con sangre en las venas, bombeada por un corazón joven y sin
duda ardiente.
En cuanto la tuviese a su disposición, la haría suya y…
Lothar Oelsner interrumpió sus pensamientos al ver aparecer a Yurika, su chica
favorita.

—¿Quién diablos te ha llamado? —gruñó, retirando sus manos del cuerpo dedesnudo de Elizabeth.
La belleza oriental no lo miró a él, sino a la muchacha-robot, y en sus rasgados y
preciosos ojos hubo un destello de admiración por la perfección de formas de
Elizabeth.

—¿Quién es? —preguntó quedamente.

—¿Y a ti qué te importa?

—Es una muchacha muy hermosa.

—Ya lo sé.

—Yo también soy hermosa, Lothar.

—Sí, tú también lo eres. Anda, lárgate ya. Y no vuelvas hasta que yo no te llame, ¿entendido?

La japonesa no se movió.
Lothar masculló una imprecación.

—¿Te has vuelto sorda, Yurika?

—No.

—Entonces, obedece.

—Quiero preguntarte algo, Lothar.

—Luego, Yurika. Ahora esto ocupado.

—¿Te gusta más ella? —la japonesa miró a Elizabeth.

—He dicho que estoy ocupado, Yurika.

—¿Va a ser tu chica favorita, Lothar?

—No lo sé.

—¿Te has cansado ya de mí?

—No, pero me voy a cansar si no te largas ahora mismo.

Yurika, desoyendo las palabras de Lothar Oelsner, se acercó a él, se despojó de la
túnica de gasa transparente, se tendió sobre los almohadones de la manera más
voluptuosa que sabía.

—Hagamos el amor, Lothar. Te demostraré que con ninguna otra mujer podrás gozar tanto como conmigo. Ni siquiera con esa —miró un instante a la muchacha-
robot.

GIRLBOT 女孩機器人 JELSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora