El periodista Jack Frost acababa de desplazarse hasta Betta-XII, con el objetivo de visitar al profesor Pitch Black. Tras pulsar el timbre, le recibió una bellísima muchacha de apenas veintidós o veintitrés años de edad, cabello largo y platinado, o...
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La sorpresa dejó paralizado al periodista del DreamWorks Express, cuyo oído siguió pegado al terso y cálido seno de la muchacha que decía llamarse Elsa Arendelle. También su mejilla, lógicamente, estaba en contacto con la sedosa piel.
Muy agradable todo ello, de haber sido otras las circunstancias.
Pero Jack se hallaba demasiado desconcertado como para gozar de aquel momento, realmente delicioso.
—¿Oye latir mi corazón, señor…? —preguntó la muchacha que lo tenía todo idéntico al robot creado por el profesor Black..
Jack se irguió y la miró.
—Sí —respondió, sin apenas voz.
—¿Se ha convencido, entonces, de que no soy un robot?
—Sí.
—Vaya, menos mal que al fin lo entendió.—suspiró la joven, recogiendo su túnica del suelo.
Se la puso, sujetándola sobre su hombro derecho.
Después, preguntó:
—¿Cómo se llama usted?
—Jack Frost.
La pelirosa respingó.
—¿El periodista de DreamWorks Express…?
—Sí.
—¡Vaya sorpresa!
—Para sorpresa, la mía. Estaba seguro de que eras Elizabeth, la muchacha-robot creada por el profesor Black. Y es evidente que no lo eres.
—¿Por qué no me lo cuenta todo desde el principio, Frost? Tal vez así entienda algo.
—Lo haré, Elsa. Pero sentado y después de que me hayas servido una bebida fuerte. Tuve una pelea muy dura y me duelen todos los huesos del cuerpo —explicó el periodista, oprimiéndose el pecho.
La muchacha lo cogió del brazo.
—Venga conmigo, Frost.
Frost se dejó llevar por la joven, que lo condujo a una acogedora salita.
—Siéntese en el sofá.
—Gracias.
El periodista se sentó y la pelirosa se acercó al mueble bar.
Le preparó una bebida y ella se preparó otra, algo más suave.
Después, se sentó también en el sofá y ofreció la bebida fuerte al magullado Jack Frost.
