9. Despedida

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El viento soplaba, cálido, y el sol aparecía a intervalos entre las nubes. Las aguas del largo río reflejaban la arquitectura dual de lo moderno y lo antiguo; las calles empedradas y las jardineras de múltiples colores mostraban una armonía dinámica que sólo es propia de las ciudades.
Estaban en Dublín.
Una vez que descendieron del autobús y recuperaron a "Armin", Jean y Eren buscaron la cabina telefónica más cercana. Cuando la hallaron, el segundo marcó al hotel donde se hospedaba su "semi-prometido", como solía llamarlo Jean, quien esperaba afuera.
—Hotel Budapest, buenos días.
—Buenos días, disculpe, busco al señor Levi Ackerman. Se hospeda en la habitación 104.
—Un momento por favor.
—Gracias.

Momentos después, Eren colgó el teléfono y salió de la cabina.
—¿Y bien?
—Salió, pero le dejé un recado en recepción.
—¿No le llamaste al celular?
—Lo tiene apagado. Seguro está en una reunión.
—Ya... Bueno, en lo que regresa podemos dar un paseo—Jean hizo un ademán desinteresado—. Sirve que si vemos un cajero, podrás pagarme.
—Oh no, ya no caminaré más. Mejor pidamos un taxi.
Jean puso los ojos en blanco.
—Se supone que te cobraré por llevar a Armin otro tramo. Además, tienes dos piernas: úsalas, holgazán.
—El mayor atractivo después de mis ojos, me han dicho—replicó Eren, que por los shorts que traía podía lucir dichas extremidades, delgadas aunque torneadas. El otro las contempló, torció la boca y luego lo miró, arqueando una ceja.
—¿Quién te dijo semejante mentira?
Dicho esto le dio la espalda y comenzó a caminar. Eren frunció el ceño pero segundos después sonrió y se apresuró a alcanzarlo para darle un golpe en el hombro por su "chistecito".

Ambos recorrieron las tranquilas calles de Dublín hasta internarse en un parque, cuyo ambiente lucía agradable en todos los aspectos.
—Es una bella ciudad—comentó el ojiverde, poniendo las manos tras su espalda—. Y todavía no me topo con algún ladrón.
—No importa. Tú cuídate de los truhanes y estafadores: siempre están ahí, esperando dar el golpe.
Jean no lo miraba, pero Eren notó que había recuperado el mismo semblante de aquella boda en Dingle.
Se detuvieron en un puente que se reflejaba en las aguas de un pequeño riachuelo, el cual contemplaron durante varios minutos en silencio. Finalmente, Eren respiró hondo y lo miró.
—Está aquí, ¿cierto?
Jean mantenía la expresión seria y veía al frente. Tras unos segundos, suspiró, resignado.
—Sí. Ambos están aquí.
Eren volvió la vista a las aguas.
—Los chicos de esa foto. Alguno debe ser todo el problema—se lo pensó un momento y luego le miró de nuevo—. Voy a arriesgarme y decir que es ella. Ella es la "estafadora" ¿no es así?

El irlandés, incómodo, fijó la vista en un par de patos que nadaban cerca.
—¿Y el chico quién es? ¿Él también...?
—No. Sólo mi ex mejor amigo—sentenció Jean, mirándole ahora. Sus ojos brillaban.
—Oh. Así que... ella y él...—Eren mordió su labio inferior un instante—. Qué mierda. Lo siento mucho.
Jean entrelazó sus manos y se apoyó sobre la barda del puente.
—Los tres trabajábamos en el bar Trost. Compramos el pub y partimos de nada; nos fue bien una temporada, estaba en su máximo esplendor. Sólo éramos Marco, Mikasa y yo.
Eren arqueó una ceja.
—¿Mikasa?
Jean se ruborizó. Bajó la mirada al agua y soltó una suave carcajada.
—Fue un regalo que me dio. Vimos ese coche en una feria local y me encantó, aunque no llevaba suficiente dinero para el primer depósito. Poco después regresé, pero ya se lo habían llevado—se encogió de hombros—. Lástima, encontraré uno mejor, me mentí. Un día desperté y ella estaba afuera, esperándome con las llaves—esbozó una sonrisa triste—. No he vuelto a sentir una emoción semejante, pero quise atesorarla lo mejor que pude.

El ojiverde parpadeó. Después sonrió con ironía y se cruzó de brazos.
—Rayos, Jean. No creí que fueras tan cursi.
—Romántico, idiota. Además, te repito, no soy tan obvio como tú—alzó ambas manos e hizo ademanes femeninos—. ¡Año bisiesto! ¡Yupi!
Eren lo taladró con la mirada, irritado. Jean se cruzó de brazos por igual y lo observó, desafiante. Pese a sus intentos, el primero no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa, misma que el otro correspondió; en seguida, Eren soltó un resoplido antes de carcajearse por lo graciosa que ahora encontraba su "imitación". Sin reír, pero casi tan divertido como él, Jean negó con la cabeza y volvió a contemplar el riachuelo. Cuando las cosas se calmaron, recuperó su semblante nostálgico.
—Por tres años todo fue perfecto. No sé, creí que Mikasa y yo éramos el uno para el otro... —bajó la vista unos instantes y luego la alzó hacia él—. Pero parece que no.

Ambos se miraron durante varios segundos, antes de que Jean rompiera el contacto.
—Está bien, te lo diré.
—¿El qué?
—¿Recuerdas mi pregunta de los 60 segundos?
Eren asintió.
—En mi caso sería la sortija de mi madre. Es un caballo de plata que tiene una pequeña esmeralda en su pecho—lanzó un largo suspiro—. El problema es que ella la tiene.
—Pues estás aquí ahora. Haz algo y recupérala.
—Lo sé...
—Jean, es la sortija de tu madre. Tienes todo el derecho de pedírsela y ella no tiene por qué negarse.
—Sí... —el irlandés se giró hasta quedar recargado en la barda—. En fin, ahora hablemos de la tuya, Chico Bisiesto.
—Vaya, al fin me apoyas.
—En realidad no me importa, yo sólo llevo el equipaje y arreglo los problemas que ocasionas.
Ambos ahora estaban erguidos. Eren arqueó una ceja y sonrió.
—¿Entonces no tienes interés?
Jean le lanzó esa mirada de extraño brillo. La misma que en Malicabri.
—¿Habría diferencia?
El ojiverde lo contempló, sorprendido. Parpadeó y un leve sonrojo cruzó sus mejillas; incómodo, apartó la vista, sin saber cómo responder. Jean se limitó a soltar una pequeña carcajada y coger el asa de la maleta.
—Anda, vámonos.
Dicho esto, le pasó de largo. Eren lo miró alejarse unos instantes y luego lo siguió.

Año Bisiesto | JeanxErenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora