10. Sesenta segundos

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Apenas era mediodía pero el entorno lucía tranquilo, demasiado, incluso le pareció solitario y un tanto frío... o tal vez sólo era una proyección de cómo se sentía él.

Jean deambulaba por las calles de Dublín con las manos en los bolsillos, maldiciendo su suerte. Llevaba un buen tramo pateando una piedrecilla, dirigiéndola cada vez más y más lejos hasta que terminó por perderla cuando fue a dar a un charco. Resignado, alzó la vista y notó delante una caseta telefónica, a sólo un par de metros; se dispuso a apresurar el paso para dejarla atrás, pero un súbito recuerdo le nubló la mente: un par de ojos verdes resplandecían con el brillo de la luna, y a estos se le sumaban unas palabras.
Abrumado, terminó deteniéndose justo frente a la cabina. Las mismas palabras resonaron en sus oídos, esta vez con mayor fuerza; sacó una mano de su bolsillo y la contempló por varios segundos, lidiando con el torbellino de emociones y pensamientos encontrados que palpitaban dentro de sí.

Maldita espina...

Cerró la palma en un puño. Decidido, Jean entró a la caseta y marcó un número, uno que aún conocía bien. Esperó en la línea, sintiendo un hueco en el estómago, hasta que oyó que descolgaban.
—¿Hola?


Poco después, el de ojos dorados se encontraba en la barra de un pub girando entre sus manos la cerveza sin beber, pensativo. De pronto, al levantar la mirada, vio en el reflejo de unas botellas cómo una figura familiar entraba al local. Esperó a que fuera ella quien lo encontrara y cuando lo hizo, contuvo el aliento hasta que estuvo atrás de él.
—Nunca pensé que te vería en Dublín.
Se volvió. Piel blanca, cabello azabache y ojos brillantes, siempre vistiendo aquella llamativa bufanda roja. Ella le sonrió.
—Jean.
Apretando sus puños, el chico la observó con semblante impasible.
—Hola, Mikasa.
—Ha pasado tiempo. ¿Qué te trae por aquí?—inquirió la aludida una vez que se sentó a la barra.
—Vine por trabajo—respondió el otro, dándole un trago a su bebida.
—Ya veo... ¿y qué tal el pub?
—Igual que siempre, sólo que más endeudado.
Mikasa puso los ojos en blanco.
—Recuerdo que nos advirtieron de su propensión a vaciar la cartera del dueño en turno. Nunca creímos eso, pero al parecer es cierto.
—Como sea...
Ante el gesto desinteresado de Jean, la chica guardó silencio unos instantes y después señaló la salida con la cabeza.
—¿Viniste en tu auto?
—No... Está en un estanque.
—¿Qué? ¿Cómo que en un estanque?
Jean frunció el ceño al evocar ese trágico momento.
—Fueron unas vacas.
Mikasa rio, divertida. El sonido de esa risa despertó un ligero cosquilleo en el interior de Jean, provocando que esbozara una pequeña sonrisa.

Durante un buen rato ambos se pusieron al día, riendo y bromeando como antes, era como si nada hubiera cambiado entre ellos... pero la conversación terminó por apagarse y fue entonces cuando la pelinegra cambió su semblante risueño a uno serio.
—Supongo que quieres que te devuelva esto—dijo mientras sacaba un anillo de su abrigo. Jean lo contempló unos instantes antes de tomarlo.
—Tenía un tiempo sin verlo—comentó, girándolo entre sus dedos—. Gracias—añadió, metiéndolo al bolsillo interior de su chaqueta.
—¿Planeas dárselo a alguien?
Impasible, Jean le dio un último trago a su cerveza y dejó dinero sobre la barra.
—No.
Ella lo miró. Quizás no se habían visto en mucho tiempo, mas lo cierto es que conocía muy bien al joven como para saber que había otro sentimiento detrás de su rostro imperturbable.
Lanzando un suspiro, Jean se levantó y le dedicó una cálida sonrisa.
—Me da gusto que estés bien, Mikasa. Cuídate.
—Jean...
Él ya no le permitió decir más, pues dio media vuelta y se dirigió a la salida.
La pelinegra lo observó alejarse, sentada a la ahora solitaria barra.

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Eren se acurrucó en el asiento, dispuesto a tomar una buena siesta en los 20 minutos que le tomaría al avión aterrizar; a su lado, Levi leía un libro con gesto relajado.
El ojiverde le miró de soslayo y buscó su mano, cuando la encontró entrelazó sus dedos con los de él. Como siempre, el hombre se limitó a besarle el dorso y regresar a lo que estaba haciendo; Eren volvió la vista hacia la ventanilla: esta vez no había turbulencia, tormenta o desvíos desagradables, sólo un tranquilo y cálido atardecer que los altos edificios de Boston reflejaban.

Año Bisiesto | JeanxErenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora