Capítulo 11|Confesiones y corazones rotos

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El almuerzo había transcurrido muy lento y tranquilo para mi gusto. Todos parecían disfrutarlo, excepto yo y no se necesita ser adivino para decir porqué, ¿cierto?

Lukas me clavaba su mirada cada que podía y yo intentaba esquivarla para sentirme lo menos incómoda posible.

Estaba pensando y tratando de recrear mil escenarios en mi mente de cómo podría salir de esta situación. Desde fingir ahogarme con la comida, hasta fingir demencia o un ataque cardíaco.

Cabe recalcar que todas eran mala opciones.

Luego de un rato en el que me perdí en mi mundo, me di cuenta que habíamos terminado porque el mismísimo Lukas se paró frente a mí para retirar mi plato de la mesa.

¿Podía morir justo ahora? ¡Por favor!

—Y-yo lo llevó, gracias —dije un tanto nerviosa y sintiendo el puré de papa que había comido hace cinco minutos queriendo devolverse fuera de mí, como si también quisiera evitar presenciar mi vergüenza.

Error. Un completo error fue haber dicho eso, y me di cuenta cuando Lukas me dirigió una sonrisa torcida y luego caí en cuenta: de todas formas él entrará a la cocina, no puedo quedarme en la mesa todo el día y mi madre me mata si no levanto el plato ahora mismo.

Calculé las posibilidades de que pueda morir en ese mismo instante,  y pues, nah, ¡ERAN MÍNIMAS!

—Claro, como digas, pequeña —dijo, aún sonriendo.

Mi madre estaba muy concentrada regañando a Liam, pero de todas formas me rompería el plato en la cabeza si me levanto y no lo llevo al lavaplatos.

Lo que es tener una madre con complejos de latina.

Mamá, si lees esto... ¡Me hackearon, no fue Aura!

Suspiré rendida, tomé el plato y moví mi silla hacia atrás para salir de la mesa. Me dirigía a la cocina y desde ya podía ver a Lukas con una pose relajada, mientras todo su cadera descansaba en la encimera de la cocina.

¡Es mi fin!

Bueno, no es cierto, pero ¡saben que vivo del drama!

—Aura...

—Oh, hola, Lukas, ¿qué tal, Lukas? Yo muy bien gracias, ¿puedo dejar este plato aquí? Oh, sí, gracias —puse rápidamente el plato en el lavavajillas y me di la vuelta con la mayor velocidad en que mis piernas de pollo me permitían, para luego emitir un chillido que se suponía era "adiós"; sin embargo, ni siquiera terminé la palabra cuando ya él me había agarrado del brazo para darme la vuelta.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó con el ceño fruncido.

—Voy para la calle Quetim, Avenida Porta, ¿algún problema? —dije sonriendo como niña pequeña.

Sí, los nervios me hacen actuar como estúpida.

¡Señor, ya llévame!

—Pues según yo tú no irás a ningún lado.

Me crucé de brazos y enarqué una ceja—¿y quién lo dice? —le cuestioné con mirada retadora.

Él se acercó más a mí, haciendo que mi postura "amenazante" se desvaneciera en un abrir y cerrar de ojos. Juro que recé, recé para no gritar o darle una pata en las bolas.

Pata en las bolas. Theo.

Al recordarlo por instinto alejé a Lukas.

—Ya dime qué quieres, por favor.

Simplemente AuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora