Capítulo 8: Revelaciones- la marca del fuego

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Aliosha, Dylara y Megrez, seguidos por Vladimir y sus compañeros, partieron desde Nodvragoda y viajaron a través del tranquilo bosque para llegar a los Montes Centinela mientras apreciaban el hermoso atardecer, que con sus mágicos colores les reco...

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Aliosha, Dylara y Megrez, seguidos por Vladimir y sus compañeros, partieron desde Nodvragoda y viajaron a través del tranquilo bosque para llegar a los Montes Centinela mientras apreciaban el hermoso atardecer, que con sus mágicos colores les recordaba al amanecer que habían visto días atrás en su primer contacto con la cordillera.

El viento soplaba suavemente, moviendo las hojas de los árboles perennes con una dulce melodía mientras las hierbas que no habían perecido ante las previas nevadas seguían su danza en silencio. Las altas montañas con sus colores grisáceos y ocres, junto a sus cumbres eternamente congeladas, observaban al grupo de viajeros.

Ellos llegaron hasta un gran lago a los pies de la cordillera. Éste tenía varias islas de diversos tamaños en su interior. Sus costas pedregosas estaban rodeadas por acantilados cubiertos de un bosque bañado en un blanco manto de nieve, creando un paisaje de incomparable belleza. El lago en cuestión era el Lago Lamu, uno de los más grandes y bellos, pero también más misteriosos del imperio. Sus aguas azul-verdoso eran tan claras y cristalinas, que las comunidades de la zona solían decir que es posible ver la verdad a través de ellas. Estas aguas aún no se habían congelado porque el invierno apenas comenzaba, pero aún así eran muy frías. Además, éstas estaban rodeadas de muchas leyendas sobre eventos sobrenaturales que cautivaban a quienes se acercaban.

Tanto Megrez como Vladimir acordaron que la orilla del lago sería un buen lugar en donde armar campamento para pasar la noche, por lo que todos se asentaron allí mientras caía el sol.

Los integrantes del grupo sacaron varios de los objetos de la carreta tirada por caballos, asi como de las bolsas que cargaba Megrez, entre los cuales habían varias mantas, comidas y bebidas.

El atardecer seguía su curso mientras los búhos y lechuzas comenzaban a ocupar el lugar de las águilas doradas. El cielo finalmente se había oscurecido y las violáceas nubes de deshilachada apariencia se habían apartado gracias al viento, dejándolo despejado casi por completo. Las estrellas ya comenzaban a ser visibles y el ambiente estaba inundado por la calma de la noche invernal.

Malaika junto a algunos miembros de la caravana se ofrecieron como voluntarios para juntar ramas, piñas, leña y otros elementos que pudieran servir para avivar el fuego de la fogata y cocinar la cena. Mientras tanto, el par de adolescentes estaba en la orilla del lago, observando con gran sorpresa la transparencia del agua y arrojando piedras hacia ella. Megrez vigilaba el perímetro en caso que hubiera otros animales salvajes a su alrededor.

―No recuerdo haber ido tan lejos alguna vez ...― le dijo el niño a su amiga con un tono melancólico mientras miraba las estrellas.

―Ni yo... ― le respondió ella con una sonrisa ligera mientras usaba su brazo de catapulta al arrojar una piedra más al lago―.Pero bueno...aquí estamos. No puedes saber si ir más allá vale la pena si nunca lo intentas.

Los hombres de la caravana que ya habían conseguido suficiente leña estaban encendiendo el fuego y colocando en él los materiales necesarios para cocinar. Cuando ya tenían todo preparado, era el momento de sentarse a comer junto a la fogata.
La hora de la cena era también un momento de descanso en el cual todos los integrantes del grupo podrían conversar más y adquirir más confianza.

En busca de las estrellas del norteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora