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En una época remota, el mal se hizo un lugar en el Cielo. Dos estrellas hermanas, antes unidas como una sola alma, rompieron su vinculo y cayeron del Firmamento. Su historia, se convirtió en leyenda.
Mil años después, el vasto Imperio de Moskova e...
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Kirana se despertó con un fuerte mareo, dolor en su cuerpo y observó a su alrededor con los ojos empapados de lágrimas. Al parecer, la espantosa experiencia que había tenido la noche anterior no fue un sueño. Ella se encontraba dentro de la carreta junto con Vadim, Samaria y otras personas que no conocía; quienes aún parecían dormidos o inconscientes y estaban acostadas sobre una sucia capa de paja y hojas con las manos atadas.
Ella estaba en silencio, y el único sonido circundante era el galope de los caballos sobre el apedreado camino. Solo una tenue luz entraba desde la pequeña ventanilla de la carreta, dándole un aire desolado al pequeño habitáculo que los transportaba y hospedaba temporalmente. Cientos de sentimientos encontrados daban vueltas por su cabeza. Se sentía culpable de haber dejado solos a los niños ante las inclemencias del gran mundo que aún no habían podido descubrir, pero al mismo tiempo sabía que no había otra opción. Su esposo durante su tiempo sobre la Tierra estaba convencido de que grandes cosas esperaban por el par de pequeños y ella también sentía lo mismo, esa era una fuerza que emanaba desde dentro de su corazón y era demasiado fuerte como para dejarla ir.
La carreta siguió su paso monótono sobre el embarrado camino que luego se convirtió en una calle de adoquines. El aburrido silencio que había rodeado a Kira durante el viaje se había convertido en un ajetreado bullicio de voces, cascos de caballos, música y gritos, lo que indicaba que habían ya dejado el tranquilo bosque para adentrarse en la ciudad.
El movimiento que se sentía desde adentro de la carreta era lo suficientemente notable como para deducir que ya habían llegado a Ulán Shang Kov, la capital del Imperio. Se acercó con cuidado a la ventanilla, intentando no pisar a sus compatriotas para confirmar su sospecha. Desde el pequeño hueco se veían las imponentes paredes rojas del Kremlin y sus fastuosas torres de igual color, decoradas con techos de tejas verdes y coronadas por águilas tricefalas de oro.
De pronto, la puerta de la carreta se abrió bruscamente, haciendo caer a Kira sobre Samaria y Vadim, despertándolos con su impacto. La claridad que entró repentinamente a la carreta logró irritar los ojos de los capturados, quienes ya se habían acostumbrado a la oscuridad o aún estaban durmiendo.
Un soldado ataviado de un abrigo de piel y una capa negra, combinando con el resto de su atuendo se hallaba fuera, y este estaba acompañado de varios hombres vestidos de similar manera- lo cual indicaba que pertenecían a la Guardia Oscura-, pero además allí también se encontraban varios jóvenes vestidos de uniformes militares naranja, verde y amarillo cuyos rostros ella no podía distinguir.
-No traten de resistir o huir si no quieren salir heridos -se escuchaba una voz indistinguible entre los uniformados.
Los soldados se abalanzaron hacia dentro de la carreta y arrastraron a Kira y a los otros rehenes hacia afuera, forcejeando sus brazos bruscamente -lo suficiente para dejarlos marcados- mientras todo daba vueltas ante sus encandilados ojos.
Ella, al igual que sus acompañantes, estaba demasiado agotada para otorgar resistencia, así que en pocos minutos ya se encontraba junto a Vadim y Samaria siendo cargados hacia dentro de la Torre Norte por dos de los hombres de uniforme colorido, acompañados por varios de los soldados de la Guardia Oscura. Tras escaleras de espiral y pasillos laberínticos que parecían dar vueltas y más vueltas, llegaron a la celda que se les había asignado en el oscuro calabozo, cuya puerta se encontraba abierta.