CAPÍTULO XII

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Últimamente las cosas están más raras y cambiantes desde que Herian Lefebvre se cruzó en mi camino

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Últimamente las cosas están más raras y cambiantes desde que Herian Lefebvre se cruzó en mi camino. Ahora no soy la chica rara, como Georgina le comentó a todo el mundo cuando apenas éramos unas crías, sino que soy la chica adicta de segundo año de la secundaria. Mi nombre estaba más planchado que pisoteado, pero ese no era mi dilema en este momento. Desde que construí mi muralla interna, ni los profesores o mis compañeros me interesan, pero ese gran muro no contempla a ese chico que recuerdo cuando lo veía por las ventanas de cada clase.

No siempre estaba en el mismo lugar, iba a  a clases de piano cuando era lunes y los martes caminaba por el patio trasero al gimnasio cuando practicaba basquetbol. Logré memorizar todo su horario, como los miércoles cuando se detenía unos segundos para ver su cuaderno de matemáticas y entrar a clases. Cada movimiento o cercanía son memorias sin olvido, sin fallas.

—¿Me escuchas? —Aparté la vista, dirigiéndola a Herian.

—¿Qué? —Pregunté.

Achinó los ojos, como si estuviera leyendo mis pensamientos. Un instante en que su mandíbula se endureció y esa neblina oscura en sus ojos se entornó más oscura, como si de la nada se oscureciera.

—Eres más interesante de lo que pensaba —Comentó.

—¿Por qué lo dices? —Quise saber.

—Porque sé que escondes cosas hasta de ti misma, Leyna —Me sonrió de forma maligna como si no fuera sincera.

—Yo...

Y el timbre sonó de golpetazo. Herian se levantó de golpe y no me dio tiempo para acompañarlo. Agarré mis pobres apuntes en tiempo récord, pero ni siquiera mi buena coordinación de manos hizo que lo alcanzara. A veces me odio simplemente por ser tan distraída. Tomo mi cuaderno de biología y camino entre los largos pasillos. Paso por alguno que otro pedazo de campus y diviso desde la parte menos indicada a este chico imbécil.

«De mí no te escapas» Comenté.

La gente me mira como ahora acostumbro a presenciar mientras mis pasos agigantados van desde rápido hasta veloz. En cuestión de minutos estamos detrás de un salón vacío.

—¿Qué mierda está sucediendo contigo? —Pregunté furiosa.

—¿Qué me debería estar pasando? —Arrugó las cejas.

—No te hagas el tonto, Ryan —Crucé la mirada con la suya y la desvié hacia otro punto—. ¿Por qué no viniste a jugar damas chinas?

—¿Si sabes que tengo vida social? —Su teléfono sonó.

Lo sacó de su pantalón, miró la pantalla y sonrió encaprichado.

—Pero las damas chinas eran nuestra tradición.

—Sabes tengo más cosas que jugar damas chicas, Leyna —El teléfono volvió a sonar con fuerza—. Después hablamos.

—¿Cuándo? —Pregunté con ironía, levanté las manos—. Me has ignorado casi toda la semana.

Extraña complicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora