CAPÍTULO I

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Dos años atrás

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Dos años atrás

8 de agosto

¿Qué es lo bueno de comenzar clases?

¿Ver amigos? ¿chismorrear sobre el profesor nuevo que tiene a todas locas o cuchichear sobre el horrible escándalo que años pasados ocurrió?

Nada de eso, para eso está el baño de mujeres, pues básicamente lo que sale de ahí, se va como correo postal. Sin embargo, ir al colegio, precisamente a clases, era el infierno; uniformes bastante horribles, chicos crueles y una reputación más basura que años anteriores.

Sí, adivinaron.

Esa era yo, una reputación estudiantil a nivel de curso, bajando de listas a nada, como si mi miserable autoestima no fuera lo suficiente para recompensar mi estado social de amistades. Como si mi estatus social en la jerarquía de este colegio de ricos fuera tan mala que el hablar con los demás ocasionaría que sus padres perdieran dinero en la bolsa.

—Elena Charlotte Wagner... —Está leyendo mi expediente por tercera vez.

Apenas es que inicio de clases y es la mañana. Mierda.

—Leyna, por favor —Le corté antes de que nombraba ese horrible nombre.

—Leyna Wagner, 15 años y ya eres un problema —Me dirigió una mirada furtiva y vio mis observaciones de cada año—. ¡Oh! ¿Eres la dormilona de la señorita Gallen?

—Si, tal vez —Di un bostezo al escuchar la palabra.

No dormí nada y tal vez por eso llegué tarde, a las diez para ser exactos.

—Despierta —Comentó tranquilo apenas cerraba mis ojos, no debí quedarme leyendo—. ¡Despierta! —Golpea mis archivos contra el escritorio, despertándome. Demonios. El rostro del inspector se endureció—. No tienes ningún remedio, Leyna. Tus calificaciones estuvieron bajas el año pasado, te quedas dormida apenas iniciando clases y ahora llegas con la vestimenta inadecuada.

Bajó su vista.

—¡De nuevo, le dije que mi mamá no sabe lavar ropa! —Declaré en mi defensa y moví la manga de mi blusa—. Esto que ve, era blanco, no purpura.

—¿No tienen personal doméstico? —Abrí mi boca y miré por la ventana.

Odio este colegio, está lleno de solo chicos presuntuosos que solo dicen que mi casa es más grande que la tuya. Mis padres fueron de la idea de colocarme en este colegio y sin tan solo me dieran la opción de cambiarme, lo haría. Ya no lo soporto.

—Se enfermó de gripe —Me crucé de brazos, inquieta. Tal vez distorsioné un poco la verdad—. ¿Puedo irme a clase?

—¿Así? —Me miró con cierto desprecio.

—No tengo alternativa, señor.

—¡Oh! Sí, si la tienes —Apuntó un cesto detrás de la gaveta—. Eso que ves, es el cajón de las cosas perdidas. Busca un suéter del colegio.

Extraña complicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora