CAPÍTULO III

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¿Ese chico era espía o acosador?

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¿Ese chico era espía o acosador?

¿A qué punto puede llegar?

Mis siguientes días, fueron de mal a desastre, se convirtió en mi sombra y en un presuntuoso porque tenía el favor de todos los profesores. Nuestras horas coinciden hasta para ir al baño. Es tanta la coexistencia entre ambos, que un día iba saliendo de este, después de lavar mis dientes y lo encontré a la distancia saliendo él de los baños de los hombres.

—Oye, roba pupitres ¿no tienes algo mejor que acosarme? —Tomé una postura firme descansando mis manos en las caderas.

—Ya quisieras —Comentó burlón y yo rodeé los ojos. Era increíble que pueda entablar una conversación tan fácil con el sin nombre, pasan los días y no sé cómo se nombra o apellida.

Caminé deprisa a mi última clase del día, la última vez mi padre me regañó por el primer altercado con el inspector. Si bien era muy despreocupado por mis notas, no por la falta de criterio. El pasado lunes tuve lo peor de lo peor; llevé una lavadora a la muerte, mi mamá se enojó y Julieta tuvo que regresar con resfriado. Subí las escaleras del tercer piso en el ala éste y mi nariz percibió un perfume varonil muy sutil, bastante conocido e intangible.

—A tu derecha —Miré la izquierda.

—¿Ah? —Y pasó por mi lado, corriendo—. Oye.

Ya era de costumbre que me robara mi puesto, por culpa de él debo estar al medio de la clase, donde los olores se impregnan como cámaras de gases. Corrí detrás como alma que se lleva el diablo. El corazón me palpito y mi vida sedentaria, recobró su esfuerzo de años. Los pasillos solitarios era los únicos susceptible a nuestros ruidos. Llegamos a la puerta y lo empujé cuando la abrió, este retrocedió metros atrás. Era flacucho. La sala estaba vacía, igual que los puestos. Corrí por el mío, pero me detuvo con su mano sobre mi muñeca, frenando mis pasos y retrocedí más atrás.

—¡Oye, eres un tramposo! —Grité fuerte.

—¡Tú me empujaste! —Me devolvió el gruñido igual de tosco y se sentó sobre mi pupitre.

«Esto no acaba»

Me tiré sobre él, tratando de que por consecuencias y por física, acabara en el suelo caído y derrotado, pero aquello no sucedió, no podía ni con su altura y con su delgado cuerpo.

—¡Eres un flacucho! —Gruñí, tirando del suéter horrible del colegio.

—Y tú, una débil.

Era una ida de peleas, tiras y aflojas. Un día más sentada en el medio, sintiendo ese horrible olor en la nariz. Cansada puse mi mochila sobre la mesa, acomodándola y descansé mi rostro en ella. Me quedé mirándolo, sin las ganas de cerrar mis ojos. Siempre era así, refugiándonos en nuestras propias burbujas, entendiendo que la única compañía éramos los dos mutuamente. Lo veo sacar de su mochila negra, un lápiz a carbón y un libro, apoya su codo contra la madera barata y su mejilla descansa sobre su mano, refugiándose entre su mundo. Si bien ese chico con algún nombre en este universo, era prepotente y arrogante, fue como ver un reflejo de lo que soy. Así de terrible, llegué a la conclusión.

Extraña complicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora