CAPÍTULO II

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¿Había algo mejor que ir a estudiar?

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¿Había algo mejor que ir a estudiar?

Claro que sí, había muchas como dormir.

Pero una de ellas también era perder el tiempo siendo un ladrón de puesto, porque eso sucedió desde mi primer día al otro, al siguiente y al siguiente del siguiente. Me daba hasta el coraje de ser siempre la primera en llegar por culpa de la transito y más encima entrar a mi primera clase encontrándolo donde yo había sido feliz por casi cinco años.

Me crucé de brazos, ¿Quién se cree? Se supone que la saliva que deja caer en ese pedazo de madera debería ser las mía, no la él. Carraspeé para llamar su atención, pero ni siquiera la mosca que le revoloteaba encima, lo despertó.

Intento número dos y llegó algo a mi cabeza. Salté casi en puntitas, me coloqué detrás de la pared y saqué el teléfono, saboreando la venganza en mis labios «¡Gracias por darme tu numero!» Le marqué y la música casi retumbando por todos lados, provocó un sonido brusco en el piso. Le corté de inmediato y evitando reír a toda costa, intuí que se cayó. Pero al ver la sala, me sorprendió verlo con la cabeza pegada en la mochila, ¿Por qué me sigue pasando esto? Se supone que mi primer día era malo para iniciar, pero no los demás,

«¿Qué pasa contigo?» Grité al cielo.

Arrastré mi mochila por el pasillo y me tumbé en la silla de brazos cruzados. De seguro se debe haber caído de la silla. Hubiera sido genial verlo tirado en el piso, pero evité reír molestando mis labios.

—De que te ríes —Abrí mis ojos, giré mi cabeza como la del exorcista y lo noté hecho una furia.

Arqueó las cejas y sus labios formaron una línea tiesa.

—De nada —Contuve mi sonrisa. Me la debía.

—¿Sabes? Yo no soy el idiota que tú crees —Mi estado de humor se desvaneció que lo miré con cierta preocupación. Alzó su teléfono e indicó la pantalla. Achiné mis ojos, porque la vista me falla a cierto punto y leí, "rara"—. Tengo identificador de llamadas.

Mierda

—Es tu culpa —Negó chasqueado los labios.

—No es mi culpa que seas una isleña perezosa —Me contratacó.

—¡¿Isleña?!

—Tienes lo pelos tirados de un lado a otro —Inflé mis mejillas con enojo.

«¿Quién se cree este idiota?»

Bueno, mi odio ya era rotundo. Y aunque, no soy de odiar a las personas, solo a la humanidad en general, este arrogante presumido lleva más de un día jalándome los pelos. Si, puede que no tenga mucho tiempo peinándome y me tenga que levantar a la hora en que todos recién despiertan, pero no puede ser así.

—Tal vez por eso no tienes amigos —Contrataqué—. Eres un horrible ser humano.

—¿Eso es lo mejor que tienes para atacarme? —Me crucé de brazos y nuestros ojos se encontraron—. Pensé que serías más inteligente para atacarme.

—De tener insultos para ti, me llegan y sobran, pero es temprano y estás al límite de que mis garras estén sobre ti ­­­—Me crucé de brazos y quise ignorar el hecho de que está ahí—. Solo espero que tus calificaciones suban para no seguir viéndote más en este curso.

—Pues vente enterando que mi estadía en esta clase no es precisamente porque mis notas son bajas o el dinero me falte —Sentenció de manera brusca.

Cogí un pedazo de coraje y me tumbé en mi silla, esperando a que esta lenta clase comenzara. Como siempre el maestro Garren llegó tarde, derramó su café en su camisa blanca y nos empapeló con ejercicios. Comprendí los primeros y después terminé siendo un caso perdido. Decidí que no gastaría mi tiempo en matemáticas absurdas así que tomé mi lápiz y me puse a dibujar flores y corazones en el cuaderno, porque a buen juicio, eso es lo único que sé dibujar bien. Soy pésima en matemáticas, en literatura me quedo dormida y en pintura soy del asco, ¿en que soy buena? Tal vez por eso soy la llamada oveja negra de mi familia.

***

Pasó la hora, tomé mis cosas devolviéndola a mi disfuncional mochila y corrí por los pasillos para ir por un buen café descafeinado... Eso sonó a ironía, pero es verdad. Nuestro colegio prohíbe ese tipo de sustancias "ilícitas". La fila no estaba tan alborotada como siempre. Tomé el dinero de mi bolsillo del sweater y la mujer lo recibió a cambio un de rico espumoso.

Me tumbé en esos asientos lejos de todo y viendo con clara señal de como la cafetería comenzó a llenarse. Apenas sé porque llego aquí mirando a todos y ser nadie. De vuelta a los años atrás, no era un fracaso en la amistad y si tenía una amiga, Gregoria. Era amigable, aunque superficial y por un absurdo mal entendido, comenzó rumores donde me catalogaban como algo repugnante y raro, creyéndole. Desde entonces supe que la gente vale mierda y prefería ser mi misma compañía en vez de aparentar estar a la corriente de lo que pasa en este estúpido colegio. Al final descubres que ella era una basura de persona y los demás también por creer rumores estúpidos.

Como siempre esta cafería no se llenó a tope, pero si las primeras filas de los populares. Vi unas cuantas caras conocidas y una me llevó a verlo como un deja vu. Llevaba pantalones casi desgastados y su camisa desabrochada los primeros botones, como si se quisiera embrujar a alguien. Estaba entre... Cerré los ojos de inmediato y al desviarlos, percibí a alguien a unos metros de mí. La misma soledad que yo impartía, ella también la acompaño a él.

«Yo aquí y tú allá»

Tomó ese café descafeinado, pero dejó de lado las bolsitas de azúcar de lado. Hice una mueca con la boca, disgustada. ¿Qué de malo tiene el azúcar? Ese chico es raro. Le di un trago final a mi capuchino y cogí mi mochila con rapidez.

—¡Oh! ¿Aquí estás, idiota? —Esa voz horripilante no puede nada más y nada menos que... Ryan.

Lo miré por segundo, notando lo molesto que es ese animal. Lo tomó por la camiseta y el café del chico raro se esparramó por su camiseta, provocándole un accidente. Me levanté con brusquedad notando lo tenso que se estaba colocando esta absurda escena. Odiaba siempre ver eso. Tomé mi vaso vacío saliendo de la cafetería solo para no ver.

***

Llegué a casa con esa sensación extraña en el pecho. Tan estúpido era verse con esa sensación de que no acabas de hacer bien las cosas. Abrí mi casa y apenas puse un pie en la sala, escuché las risas de las típicas personas que la frecuentaba mi familia. Subí la escalera para pasar desapercibida y me tumbé en la cama al llegar a mi cuarto. Miré el techo, suspirando y pregunté a los astros, ¿Qué necesito para ser mejor?

—Pequeña Charlotte —Llamó Ámbar desde la puerta y la escuché toser—. La cena está servida.

—Gracias —Le sonreí, agradeciendo.

En poleras y un buzo que me hizo sentir cómoda, encontré el comedor con varias cosas apetecidas y un par de caras conocidas.

—Hola, Charlotte —Esa voz llegó desde un rincón de la casa.

Nuestras miradas se cruzaron, negué con desaprobación y en esos grises ojos vi su otro yo.

—Hola, Ryan.

Extras.

Extras

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Extraña complicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora