CAPÍTULO XV

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¿Rara?

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¿Rara?

Una sola palabra y miles de referencias.

Exactamente no diría que esa palabra fuera extraña en mi vocabulario, porque como soy eso me identifica y pues lo acepté hace varios años después de ingresar a este colegio. Lo que sí, me resulta "raro" es que las últimas semanas sean un descontrol multifacético. En este momento mi trasero debería estar con Malcom y no en clases tratando de recrear mi aura en base a tonos grises, porque así lo veo.

La situación está más complicada de lo normal y no lo digo porque tenga el pellejo entre la espada y la pared, es más profundo que eso. Mis dudas ya están puestas sobre la mesa, Herian en las últimas horas, en los últimos días, y en las últimas semanas, se ha impregnado en mi cabeza como algo que no puedo sacar de primera, sea mala o por buenas razones.

Sé que algo huele mal y no, no es el olor a pintura. Algo está pasando y soy la única que omite la verdad. Sé perfectamente cómo actúan las personas, esa maestra me ha molestado desde que tengo memoria y no, yo no soy de esas que olvidan sus perores momentos, más bien viven siempre en ella como una cicatriz incapaz de sellarse. Por ello, decidí hacer algo al respecto y no, no haré caso a las palabras de Herian porque si sé algo de mí, es que la verdad es horrible, pero es mejor mirarla de frente que darle la espalda.

El plan había estado viajándome mucho tiempo por la cabeza y Herian, al no contestar mis llamadas, era aún mejor. Eso me hizo diseñarlo de una mejor manera. Así que tomé un valor estratosférico y lo hice. Miré hacia todos lados, tratando de que ninguno me mirara, específicamente aquel ser extraño y me tiré la pintura negra en la camiseta, empapándome hasta el cuello.

«¡Mierda!» Chillé entre mí.

Se sintió como si me hubieran tirado agua helada en el cuerpo. Carajo. Miré hacia todos lados y solté el tarro de pintura, preparándome para que todos me mirasen. El estruendo se sintió en todo el salón y por fin esos ojos nublados se posaron el míos. Esa cara de sorpresa no llegó, ni siquiera esa cara de estar avergonzado o estar totalmente arrepentido de mí, más bien fue de una mirada retórica, una mirada que te desnuda de la forma en que conoce cada parte de ti, como para saber que lo hiciste a propósito.

—¡Leyna, santa madre! —La profesora llevó la mano a su boca, sorprendida—. ¿Qué te sucedió?

—Es que... —Mis ojos viajaban de la profesora hasta el chico—. Yo... la pintura de pronto se me cayó.

—¡Ay, niña! Siempre te tiene que sucederte este tipo de cosas —Su cara negaba fuertemente mientras la risa de mis compañeros era contagiaba para el resto, la peor de todas fue de Albert quien me ha molestado desde que tengo memoria... incluso llegué a escuchar algunos flashes alumbrar la habitación—. Vete a lavar.

—Sí, claro —Fingí tristeza.

Y mientras el resto se reía de mí en la cara, yo caminaba con los pies a la rastra mientras las gotas negras se caían, señalando mi camino de aquí al baño. Quise llegar lo más rápido posible al baño y casi corriendo, tomé la vía más fácil. Al llegar me limpié un poco con agua, me saqué la blusa y me dejé solo con el suéter. La blusa la tiré en mi casillero y corrí de prisa con Malcom, sé que él me daría respuesta.

Extraña complicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora