Ana (en el purgatorio).

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En el purgatorio, se encontraba Ana. Había superado los suplicios de su trágica existencia y esperaba que el Mesías le juzgara. Estaba siendo condenada por herejía, y la pobre; firme ante sus convicciones, se negaba a deshacer su declaración inicial: "amaba al Mesías de forma carnal". De la forma más humana y primitiva que se puede amar.  Repentinamente, una cálida brisa recorrió la habitación, y un coro de hermosas voces entonaba las notas más hermosas. Una inmensa puerta se abrió al fondo de la sala, mientras una silueta se asomaba con un papel en sus manos. Había llegado el rey de reyes con el castigo de Ana.

Ana observó dichosa la imponente figura, ansiosa y sumisa; se preparaba para cumplir, la voluntad de su verdugo.

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En el oscuro recinto, Ana observaba con desdicha su desenlace. Una pesada cadena maltrataba sus tobillos y las voces en su interior mancillaban su alma. Sus encías excretaban pus por la infección, y su cabeza dolía como mil dagas ardientes. Las ratas caminaban sobre su sucio cuerpo y se alimentaban de sus heridas sangrantes. Su debilitado aliento aún profesaba el amor incondicional; aquel amor del que hablan los relatos clasicos, y que tiene a la cordura como su víctima predilecta. Una jovencita como Ana, jamás pensó que el Mesías la abandonaría.

"Son efectos de la rabia" se escuchó a la lejanía; la pobre esta infectada por las mordeduras y no hay nada que se pueda hacer para salvarla. Es mas útil que la dejemos allí, para que alimente a las ratas con su cadaver. 

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