La vieja reina

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Érase  una vez, en un lejano reino, una vieja matriarca que había  enviudado tantas veces, que la muerte, la había  dejado vivir por siempre; pues temía, que dejara sin solteros al más  allá.
Su habitación, con cinco ventanas ovaladas, enmarcadas con madera de Almendro y paredes vestidas con tapices persas, constituía  el escenario ideal para sus fantasías.

Desnuda, tocaba deliciosas melodías  en una cítara de Hovenia, que le habían  obsequiado sus amantes asiáticos, en sus años tiernos.

Observaba su torso descubierto en un espejo bruñido de cuerpo completo. Con marco de plata y Querubines repujados a su alrededor; que parecía  embellecer con sus aguas congeladas, todo lo que reflejaba.

Su piel se erizaba ante la fragancia del jazmín, que su fiel sirviente había  dispuesto en una mesita de cedro tallado, junto a su cama. Y cuya lámpara con tejido de gasa, proyectaba sombras que le hacían  experimentar pecados indescriptibles.

Otras noches, procuraba complacerse sobre su cama de palo de Espicanardo, a manera de capilla  y coronada de tres rosetones, cuyas flores; contaban con pétalos  de hidrófanas y botones de crisoberilos color verde parduzco. Todas sus sábanas y su traje de noche eran de seda de tisú, pues el único lecho digno de una reina, flota entre el oro y la plata. Mientras se tocaba, hacía  que su sirviente la observara. Prestaba mucha atención  a sus expresiones. Si notaba placer en su mirada, lo hacía  decapitar, no es tarea de un sirviente  -decía- disfrutar de su trabajo. Sí  por el contrario, parecía  horrorizado, le asesinaba por sus pobres modales.

 Así, continuaron sus aventuras carnales, hasta que; un selenita le declaró su amor, y desde entonces, viven en un palacio en la Luna.

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⏰ Última actualización: Mar 09, 2021 ⏰

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