Ana y sus fantasías

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Al día siguiente, la vigorosa luz del día se apoderó de la habitación de Ana. Eran las 6 de la mañana y con puntual resplandor anunciaba un nuevo comienzo. Las pálidas piernas de la joven yacían descubiertas y temblorosas, su desnudo torso danzaba al ritmo agitado de sus exhalaciones, y su provocativa boca; mordía la almohada con lujuria.

Al despertar, un fuerte dolor perforó sus cienes, y la resequedad en su boca dificultó el movimiento de su lengua. Una sensación de tristeza invadió a la pobre, como si el arrepentimiento y la desidia moraran permanentemente en su cabeza, como si lo sucedido la noche del lunes condenara terminalmente sus aspiraciones de vida.

Al levantarse, observó sus ropas rasgadas a un lado de la cama; y en la mesa de noche; una botella de tequila vacía, varias colillas de cigarrillo maltrechas y una nota con las palabras: “gracias por la encantadora velada”.

Ana sabía lo que había sucedido, sabía que su cuerpo había sido profanado, que el Litio en su torrente sanguíneo no pudo contener a los demonios debajo de su piel. El monstruo debajo de su piel lo había hecho otra vez; la había sumergido en una lujuriosa noche de bajezas.

Ana se sintió sucia, sintió criaturas horrendas consumiendo sus entrañas. Sus enrojecidos ojos palpitaban de dolor, y su acongojado corazón musitaba lamentos de terror. Sus carnes se abrieron y en pocos segundos un pozo de su roja sangre invadió el recinto. Repentinamente, la habitación se tornó oscura, la brillante luz del Sol fue reemplazada por una tenue desolación, y un espeluznante ruido, talló en el espejo las palabras: “Gracias por la encantadora velada”.

Al día siguiente, Ana despertó, le esperaba un gran día: tenía planes de reunirse con algunos amigos, tomarían unos tragos de tequila y fumarían algunos cigarrillos; por lo que decidió, solo por ese día, no tomar su dosis de medicamento. Ana creía firmemente en el pensamiento positivo, todas las mañanas tomaba una hoja y anotaba una frase positiva que iluminara el resto de su día, su frase elegida esa mañana fue: “Gracias por la encantadora velada”.

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