Ana como Caperucita

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Con su caperuza roja, Ana atravesaba el bosque con cuidado. Sus labios, rojos como la sangre de su corazón; se contraían tímidos ante el frío de la madrugada. Sus grandes ojos marrones proferían miradas certeras, como si el manto de la noche agudizara el alcance de este sentido.

Su rostro, pálido y pecoso; se enrojecía ante su apresurado andar, y un inmenso regocijo invadía su espíritu aventurero. En una mano, sostenía la filosa hacha ensangrentada, con la otra; arrastraba el cadáver de su vieja abuela. Todos culparan al lobo -pensaba-  mientras se apresuraba a ocultar el cuerpo en las profundidades del bosque.

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