Ana (en el bosque)

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Al despertar, Ana se encontró en un frondoso bosque. Al fondo, veía al pardillo cantar sobre los arboles de Espinacardo, mientras el ave, deleitaba sus sentidos con su aroma. Las rosas lucían más rojas y el cabello de Ana, había sido bañado con pétalos  -estoy en el cielo pensó- mientras desde el otro la del estanque, notó que la observaban.

Una inocente criatura, quien apenas había alcanzado la madures de sus primeras lunas; rodeó el estanque para acercarsele y le dijo:

-Eres el ser más hermoso que habita este bosque, creó que te amo. Estoy seguro de mi amor hacía ti, pideme lo que desees y será tuyo. No he logrado mucho por mi cuenta, sin embargo; este bosque pertenece al reino de mi padre, y él me ama con todo su corazón. Tus deseos serán mis deseos y deberán cumplirse.

¿Tendré lo que pida? -Dijo Ana con maldad-.

Lo que pidas  -respondió en jovencito, mientras sus cabellos de oro estorbaban su visión-.

En el medio del lado  -le señaló- se encuentra el loto que deseo, es más grande que los otros lotos, y estos, le envidian por su buena posición. Traelo a mis manos y te amaré de vuelta.

Pero el lago es muy hondo  -señaló con miedo en su voz- si me sumerjo allí, me ahogare.

¿Y crees que no vale la pena morir por mi? -le dijo Ana mirando hacia la luna- vaya amor que me profesas. Si me consigues el loto, te dejare amarme. Si mueres complaciendo mi deseo; te amare de vuelta.

Así, el jovencito comenzó a caminar sobre los lotos cerca de la orilla, pues era muy liviano y estos le mantenían a flote, sin embargo, mientras más avanzaba, más se hundía, y cada vez que esto sucedía; volteaba su mirada hacia Ana, quien le animaba que avanzara.

Eventualmente resbalo y cayó, mientras se ahogaba; imploraba a su amada que lo rescatase. No estaba demasiado lejos de la orilla y cualquier rama hubiese sido suficiente para acercarlo a tierra firme. Sin embargo, Ana observó con morbo como se ahogaba, y mientras más miedo había en su mirada, más placer había en la de Ana. Momentos después todo volvió a su estado normal, el canto del pardillo se apoderó de la escena una vez más; y el pequeño, flotaba sin vida junto a los lotos.

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Ana continuó su aventura  a través del bosque, desde la lejanía; notó que la melodía del pardillo parecía agudizarse. De alguna manera, entendió que el ave estaba en aprietos, por lo cual; se acercó hasta el arbol de cardo desde el cual cantaba.

Al llegar, observó al ave en una rama elevada del arbol, sobre un nido, con sus pequeñas crías, y debajo; una serpiente de amarillo cúrcuma que  se acercaba peligrosamente.

Debes lanzar el nido hacía mi -le dijo al ave, que ahora parecía más desesperada que antes-. Si lo haces, pondré tus pequeños a salvo; la serpiente no puede lastimarme. Arrojalos -reiteró-.

Es muy alto y mis pequeños no han aprendido  volar, si fallas, morirán -dijo el pajaro con tristeza-.

-No fallare, lo prometo.

En un movimiento extraordinario, el ave levantó el nido y lo arrojó hacía Ana, quien al ver que caían, se apartó lo suficiente para que los recien nacidos cayeran de forma violenta y murieran en el impacto.

Eres una malvada -dijo el pajaro- eres mala y mereces el infierno -reiteró, mientras se acercaba con lagrimas en sus ojos hacía la serpiente para que lo devorara-.

De allá vengo  -dijo Ana con su ceño fruncido-. Y continuó explorando el hermoso bosque.

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