No entendía a Sue. Podía llegar a comprender que quisiera mirar por su bien e incluso que la animara a compartir su obra, pero lo de la otra noche había sido demasiado. Había ido demasiado lejos, sin tener en cuenta en qué posición la estaba dejando. ¿Presionarla para leer uno de sus poemas delante de toda esa gente? Se mordió el labio inconscientemente hasta que paladeó cierto sabor metálico.
«¡Mierda!», sobresaltada, empezó a buscar en los bolsillos un pañuelo.
—Toma —dijo una voz a su lado.
Cuando se volteó, vio a Lavinia tendiéndole el suyo. Su hermana la observaba con el ceño fruncido y se cruzó de brazos en cuanto ella tomó su pañuelo. No se parecían demasiado, habiendo heredado Lavinia el cabello dorado de su madre y unos ojos del mismo azul que el cielo en un día despejado. Tampoco contaban con caracteres parecidos, pues su hermana era la docilidad a lo que ella era la rebeldía. Sin embargo, se sentía inmensamente agradecida de tenerla a su lado, pues Lavinia tenía un corazón que no le cabía en el pecho y jamás dudaba en cuidar y velar por los suyos.
Emily apartó la mirada y se llevó el pañuelo a los labios para frenar la pequeña hemorragia. Pese a que no podía verla, aún sentía los inquisitivos ojos de su hermana sobre ella. La había preocupado.
—Gracias.
—Sé que estás nerviosa por el concurso, Emily, pero contrólate —le reprendió.
Asintió en silencio, despegándose del trozo de tela. Pequeñas motas carmesí habían teñido el blanco de la superficie y Emily sintió un pellizco de culpa. «Tendré que lavarlo a conciencia antes de devolvérselo», pensó.
A su alrededor, el ajetreado revoloteo de la multitud ya era una constante. La gente paseaba haciendo crujir un suelo cubierto de hierba y heno mientras contemplaba el ganado. Desde pequeños terneros a majestuosas vacas, todos replegados a ambos lados de la avenida y a las afueras de la carpa en la que Lavinia y ella se encontraban. Y es que con la Feria de Ganado también llegaba el concurso de tartas.
Un concurso que no se le iba a volver a escapar de las manos.
· · ·
El ambiente era mucho más tranquilo conforme uno se alejaba del recinto feriante. Lejos del ronroneo de la muchedumbre, Sue paseaba del brazo de Austin haciendo alarde de otro de sus grandes vestidos. Él también llevaba uno de sus mejores trajes, el de chaquetilla azul celeste a juego con el beige de sus pantalones. Ambos formaban una pareja digna de admiración y, como tal, eran observados por el resto de personas (mujeres en su mayoría) que tomaban un tentempié o descansaban al aire libre, repartidas en pequeños grupos. Y a Sue eso le encantaba.
Quería que la vieran, que la envidiaran por lo magnífica que era su vida. «¿Por qué? ¿Para que puedas creerte tus propias mentiras?», oyó la voz de Emily en su cabeza, así que cerró los ojos e hizo todo lo posible por dejar la mente en blanco. Las cosas que tenía que decirle, la realidad que había tras sus palabras, era demasiado dolorosa como para aceptarla.
El pulso se le había disparado, así que cuando volvió a abrir los párpados, intentó distraerse con lo primero en lo que reparó.
—Oh, ese es precioso —dijo, señalando uno de los caballos que había a la venta—. ¿No quedaría perfecto en nuestra caballeriza?
Austin gruñó en asentimiento, mientras ambos se acercaban a la valla del cerco.
—¡Mira! Tiene un bebé. También es muy bonito.
—Es una monada —coincidió él.
—Los compramos —le sugirió, sonriente.
Su marido tensó los carrillos y se lamió el labio inferior, dubitativo. Parecía querer decirle algo difícil y eso la inquietó.
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Re-Imagined
Romance[COMPLETA] Sue tenía un vacío dentro y cada vez que veía a Emily, su presencia no hacía más que recordarle aquello que había perdido. La había perdido a ella. ¿Y a cambio de qué? Estabilidad, dinero, comodidad... soledad. Versión de los eventos del...