Capítulo 7. En el aire

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Emily despertó con el lateral derecho del rostro entumecido. Frunció el ceño y sus labios se apretaron en una mueca cuando sintió el hormigueo correr por su mejilla. Se había quedado dormida en el suelo de su cuarto y a duras penas estaba consciente, pues su cabeza se negaba a funcionar correctamente. En su lugar, sus pensamientos estaban enturbiados por una constante: Las imágenes que había visto la noche anterior, aquellas en las que Sue y Sam yacían juntos. Todo seguía tan nítido en su retina que bien parecía que estuviera volviendo a ver la misma escena una y otra vez. Cerró los párpados en un suspiro y se obligó a pensar con cierta racionalidad.

«Has despertado en tu cuarto, Emily, llevas el mismo vestido de hace dos días y no hay ningún indicio de que lo ocurrido ayer no fuera más que un mal sueño», se dijo. No podía dejar que sus miedos la guiaran y tenía que repetirse a sí misma que lo que creía cierto no era más que una cruel pesadilla. Sin embargo, sí había algo que había cambiado en su interior. Lo único que podía llamar real de lo que había vivido. Y es que Emily no había podido evitar desear ser Sam en aquel baile de dos, vibrando ante la mera idea de que fueran sus manos las que se deslizaran por la piel de su amiga.

Se recostó con la espalda sobre el suelo y miró el techo durante unos segundos. El cuerpo le ardía y necesitaba aclarar varias cosas, pero para ello debía ir a ver a Sue.

· · ·

Sue quería enmendar sus errores y buscaba desesperadamente el camino correcto. Deseaba ser mejor persona por ella misma y por Emily. No volvería a desviarse, ni a tomar atajos ni rutas que la alejaran de lo único verdaderamente real en su vida. Y, con ese fin, debía expiar sus muchos pecados.

Alzó la vista y contempló el retrato de Sam Bowles que colgaba de la pared del comedor del domicilio de este. Había hecho un largo viaje sólo para hablar con Mary, a fin de aliviar un poco su cargo de conciencia y de poder empezar una nueva etapa sin el lastre de las mentiras. La muchacha estaba a su derecha, sentada con una taza de té en la mano. Su rostro, antaño tan lleno de vida, estaba casi tan pálido como el chal que le cubría los hombros y tenía la mirada sombría. No obstante, Mary seguía conservando ese aire de belleza frágil, como una bonita escultura de mármol que temías tocar por si se resquebrajaba entre tus dedos. Sue se ladeó ante el ruido que hacían los niños en el recibidor y cuando su mirada volvió a ella, la muchacha suspiró. Parecía agotada.

Por más que Sue se esforzaba en mantener una conversación distendida, Mary esquivaba todos sus comentarios y preguntas. A duras penas le había podido rascar un atisbo de risa cuando ambas habían recordado lo miserable que había sido su infancia. Quería creer que no, pero en el fondo sabía lo inevitable: Su amiga era consciente de que Sam la engañaba con otras. Al igual que debía sospechar que esa otra, era ella. Sue dio un sorbo al té para ahogar los nervios. «A eso habías venido, a confesarte y a hacer las cosas bien», se recordó, pero cada vez que Mary le recordaba lo buena amiga que era, un puñal se clavaba en su pecho.

—Por cierto, ¿te encuentras mejor? —carraspeó—. Sam nos contó que estuviste enferma.

—Oh, así que eso es lo que ha ido contando a todo el mundo... —musitó Mary con una sonrisilla apenada—. Verás, no estuve enferma. Al menos no físicamente. Sam y yo íbamos a tener una niña y... murió. Dentro de mí —la voz se le quebró y bajó la mirada.

—Por Dios Mary, lo siento mucho —balbuceó Sue. Oír su vivencia hizo que algo en lo más profundo de su interior se derrumbara.

Era como si hubiera estado ocultando todo su dolor bajo la alfombra y al fin alguien hubiera tirado de ella, dejándola frente a frente con un monstruo al que ella misma había dado cobijo. Los ojos le ardían mientras peleaba por no sucumbir a las lágrimas.

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