Capítulo 6. Siénteme

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Todo había acabado. Así, sin más. Había lapidado su brillante futuro en un suspiro y por culpa de sus instintos más primarios. Emily ya no sería una persona conocida; sus poemas jamás verían la luz y todo por su soberana estupidez. ¿Quién demonios se creía que era para haber enviado aquella carta a Mary? ¿Por qué había tenido que tomar a Sam de la mano en la ópera?

Refunfuñó para sus adentros mientras rodaba de lado a lado en el colchón de su cama. Desde hacía semanas que no encontraba motivos para salir de su habitación. No quería vestirse, no le apetecía entablar conversación con nadie, comer o incluso escribir. Lo único que deseaba era desaparecer, fundirse con las sábanas hasta no dejar ni rastro de su ser. Al fin y al cabo, eso era en lo que se convertiría tras su catastrófico desenlace con Sam: en nadie. Una persona a la que ni una sola alma recordaría en el futuro.

Y es que lo que más le dolía del rechazo del reportero era precisamente eso, la revocación de cualquier posibilidad de publicar sus poemas. Casi ni se había parado a pensar en si también estaba triste o conmocionada por no ser correspondida. Probablemente lo estaba, ¿verdad? La conversación que mantuvo aquella noche con Adelaide flotó en su cabeza, así como la imagen que ella misma había proyectado de Sue. «Ansías el amor», recordó, y un pellizco le cruzó el estómago. ¿Qué había querido decirle Sue con eso? ¿Qué amor ansiaba ella? ¿El de Sam...?

Hundió la cara en la almohada y bufó.

—¡Levántate, Emily! —gritó su madre, tirando de las sábanas hasta dejarla completamente expuesta. Ella frunció el ceño al notar la quemazón de los rayos de luz sobre sus párpados.

—No —gruñó.

—Vamos, levántate —insistió la mujer.

—¡No me harás ir! —replicó ella, volviendo a taparse hasta las cejas.

—Hoy te va a venir muy bien.

—Pero odio mi vida y quiero morir, de verdad —siseó Emily.

—Y precisamente por eso necesitamos un día de balneario —afirmó su madre.

· · ·

El vapor inundaba toda la sala, abriendo cada poro de su piel. Sue había aceptado la invitación de su suegra para asistir al balneario, más por cortesía que por necesidad. Al fin y al cabo, que su relación con Austin estuviera en un punto muerto no quería decir que ella no debiera seguir interpretando el papel de la esposa perfecta. Aquello era lo correcto y el protocolo dictaba que no debía rechazar una oferta así. «O puede que sólo buscara una excusa para ver a Emily...», pensó y acto seguido cerró los ojos, descartando la idea. La tía Lavinia echó más agua y una nueva andanada vaporosa flotó en la sala.

Sue se dio algo de aire con la mano derecha, jadeante. No soportaba el calor en demasía, así que aquella sesión de hidroterapia se le antojaba de lo más asfixiante. No sólo por el hecho de que a duras penas podía respirar, sino por tener a Emily justo enfrente cubierta únicamente por una toalla y con el cuerpo empapado en sudor.

Había intentado evitar su mirada todo lo posible, pero de tanto en tanto sus ojos se deslizaban por el cuello de su amiga, bajando por el contorno de sus clavículas e imaginando lo que la esperaría más allá, con un simple tirón de toalla. Tragó saliva. Tenía la boca seca.

—¡Sue! —susurró a gritos Emily. Ella miró hacia otro lado—. ¡Sue!

—Emily, presta atención a tu tía Lavinia —la reprendió su madre—. Ha viajado por todo el mundo y siempre viene con secretos espirituales.

—Sí, así es, chicas —dijo la aludida—. Estáis a punto de sumiros en algo a lo que recurrieron todas las civilizaciones antiguas. Egipto, Grecia, Roma...

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