Especial (+18). En llamas

4.4K 233 36
                                    

La cabeza le dolía. A cada pensamiento que cruzaba su mente, mil agujas se le clavaban en todas direcciones, estallando desde dentro. Alzó la mano, frotándose las sienes con los dedos y dejó escapar un suspiro. El día, al menos, había sido provechoso pues había conseguido recuperar todos sus poemas gracias a la intervención de Maggie.

Contempló varios de los papeles, escritos de su puño y letra, y hubo algo que hizo que su corazón se estremeciera. Volteó varios de ellos para comprobar si lo que temía era cierto y expiró con lentitud al darse cuenta que así era. Prácticamente todos los poemas que había escrito tenían la misma dedicatoria: «para Sue».

Lejos de la fama o el reconocimiento, muy en su interior ya sabía para quién escribía o por quién quería ser vista realmente, pero Emily había estado demasiado ciega. O más bien, alguien la había cegado. «Maldita sea, ¿por qué?», se preguntó llevándose la mano al pecho, «¿por qué demonios tengo que sentirme así? ¡¿Por qué?!». Su tristeza e ira ante la traición de Sue se mezclaban con la impotencia de saber que jamás correspondería a su afecto. Le había quedado dolorosamente claro la noche en la que la vio junto a Sam.

Lo único que podía hacer era olvidarla y para ello debía dejar de verla, pues sabía que si la veía una vez más habría una parte de ella que no podría reprimir sus sentimientos. Guardó los escritos en el cajón del escritorio y entonces oyó a alguien llamar a la puerta.

—Largo —gruñó, malhumorada. No esperaba, ni deseaba, visitas.

—Emily... —oyó la voz de Sue al tiempo que la puerta se abría y eso hizo que se tensara—. He venido a verte.

Echó los hombros hacia atrás y apretó los carrillos. Pese a que podía sentir su presencia en el cuarto, no quería mirarla. Era mucho más sencillo pretender que no estaba ahí. Al fin y al cabo, ¿cómo diantres tenía la desfachatez de venir a verla? Sabiendo lo que había hecho. Emily se recordó a sí misma el respirar y tragó saliva.

—Vete —le espetó.

—Emily, tenemos que hablar —continuó Sue, cerrando la puerta.

—No quiero hablar contigo. Ni siquiera quiero mirarte. Y, si lo pienso bien, tampoco deseo volver a verte —dijo Emily del tirón.

Escondió las manos sobre su falda, pues juraría que le temblaban casi tanto como la voz. Nada de lo que pudiera decirle cambiaría lo ocurrido, pues nadie era capaz de borrar el pasado. Y lo que ella había vivido, lo que había visto, estaba grabado a fuego en sus retinas y el eco de sus gemidos retumbaba sin cesar en su oído. Cada vez que el recuerdo volvía a ella, como el oleaje, le desgarraba poco a poco el alma.

Oyó los pasos de Sue acercándose y eso hizo que se tensara aún más.

—Dame la oportunidad de explicar mi versión —le pidió Sue.

—¿Qué tienes que explicar? —cuestionó ella, mordaz—. Puedo verlo todo perfectamente claro.

—No. Hay cosas que no puedes ver —repuso Sue en un hilo de voz—. Tienes todo el derecho a estar enfadada conmigo...

—No te estoy pidiendo permiso —la interrumpió Emily, mirándola por primera vez desde que había entrado a su cuarto.

Aquella afirmación la había sacado de sus casillas y se había volteado sin darse cuenta. Pese a lo borrosa que tenía la mirada, pudo distinguir perfectamente a Sue. Llevaba uno de sus mejores vestidos, probablemente se habría arreglado para ir a la iglesia, y el cabello recogido en un moño que, a diferencia del suyo, estaba bien sujeto. Apretó los labios, incapaz de apartar la vista. Era preciosa y una parte de ella sólo tenía ganas de besarla.

Re-ImaginedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora