C A P Í T U L O 2
A medida que nos acercábamos al café, Iván iba recapitulando cada día de los últimos tres años en los que no nos vimos. Le presté atención, al menos por unos instantes. Escuchaba su voz a lo lejos como si fuese una canción de fondo en una escena de tercer plano en la que nadie pone interés.
A pesar de que lo veía a mi lado, la horrible sensación de soledad no desaparecía de mi interior. Y no estaba sola, pero a la vez sentía que el mundo se hacía grande y yo me quedaba en las páginas de su índice mientras que los demás eran protagonistas de las historias.— ¿Me estás escuchando? — interrumpe mis pensamientos.
— Sí — mentí.
Estaba tan sumergida en mi mente que el camino se hizo corto. Cruzamos las puertas del lugar a la vez que una campanilla anunciaba nuestra llegada. Un aroma embriagante de canela y vainilla se abrieron paso entre las paredes del establecimiento, secuestraban la frialdad de cada alma desolada que decidía ir a sumergir los labios en las bebidas que ofrecían. Era imposible estar triste una vez que entrabas.
— Ahí está Paola. — Señala hacia una mesa que se encuentra justo en el centro del lugar. Nos acercamos despacio, como quien busca comida en el refrigerador a mitad de la noche.
La observaba fijamente, como si no reconociera a la persona que estaba frente a mí.
No la recordaba vestida con atuendos negros vulgares y extravagantes, con el pelo rojo y liso llegando a la cintura.
El recuerdo que tengo de ella es su sonrisa tierna que ahora opaca con un piercing en el labio, su manera extraña de ver la vida más como un regalo que no como una desgracia, sus vestidos llenos de colores que alegraban el corazón de cualquier persona a su alrededor. Y ahora la veía como un corazón roto escondiéndose detrás de una personalidad ruda que no le correspondía con su forma de ser tan gentil y comprensiva. Percibía sueños rotos que dejaba escapar con su expresión vacía, como si quisiera que todos nos diéramos cuenta de su dolor para rescatarla.
A veces sentía celos de Paola. Mi pelo siempre estuvo lleno de ondulaciones e imperfecciones, nunca supe socializar ni transmitir todo el amor que ella lograba desprender con tan solo una mirada, y mucho menos pude robarme los alientos de los chicos con los que salía. Ella era tan diferente a la chica que tengo delante de mis narices. ¿Quién te hizo tanto daño Paola?— Hola, cuánto tiempo — dije, parada delante de ella inmóvil.
— ¿Iván? — lo miró mientras se ponía de pie. — Creí que solo estaríamos entre amigos.
No tenía palabras que decir para evitar que recogiera sus cosas y se marchara. Vi en su cara manifestado el enojo, y lamentablemente no puedes frenar a alguien molesto. Debes dejar que rompa cosas, que grite obscenidades y después se aleje para sanar.
— Lo siento mucho Alessa — agregó Iván antes de irse corriendo detrás de Paola.
No esperaba que se quedara conmigo, realmente no merecía la compañía de ellos. Solo podía sentarme en esa mesa vacía y comprenderlos; los abandoné. Me necesitaban y no estuve. Me comporté con ellos como si no hubiésemos sido amigos desde la infancia. Recibí de ellos lo que les ofrecí, y esa es una reflexión sobre la buena y mala cosecha: «No esperes flores si plantas espinas».
— ¿Qué desea tomar señorita? — me pregunta el camarero.
Deseo tomar ilusiones, sueños, felicidad. Deseo tomar algo más que decepciones y fracaso, quizás un poco de afecto no me haría daño.
Levanté la vista para responderle, pero las palabras sobraron cuando observé su hermoso rostro. La definición de atractivo se quedó corta comparada con él. Su mandíbula era lo suficientemente grande para estar acorde con el mentón. Sus ojos eran tan verdes como la hierba en la primavera, y su cabellera rubia llegaba a los cartílagos de las orejas.
Mis hormonas se dispararon. Pude sentir como mis mejillas se volvían color rosa. La melancolía que sentía, simplemente se esfumó.
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Almas Rotas [EN PROCESO]
Genç KurguAlessa pensó que las malas experiencias de su vida se repetían una y otra vez. Llegó a convencerse de que nunca conocería a nadie capaz de hacer explotar cada sentimiento en su interior, de hacerla estremecer de amor sin tocarla. Estaba tan rota y...