Capítulo XI

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Los primeros rayos del sol iluminaron de a pocos mi habitación, yo estuve despierto, ansioso de salir de la cama, pasé varios meses postrado como para seguir desperdiciando mi poco tiempo  durmiendo.

El reloj del velador pareciese que estuviese acelerado, el segundero y su tic tac son muy constantes, quizás es mi percepción. Mi nueva conciencia del poco tiempo de vida que me queda.

Quiero ver más amaneceres, más atardeceres, quiero ir al muelle y ver las olas del mar golpear contra la orilla, quiero ir a algun bosque, solo sentarme y respirar con los ojos cerrados, sentir como mis pulmones se llenan de ese aire fresco. Quiero sentirme vivo, si pudiera no quisiera dormir más, me aterra sentir que el tiempo se me escurre entre los dedos inconscientemente.

No aguanto más estar en la cama, me levanto y me detengo a ver a través de la ventana, el viento fresco me da en el rostro y el pecho, siento como se me eriza la piel.

Camino descalzo fuera de la habitación, recorro el pasillo y hallo la puerta de una habitación abierta, me asomo hasta el umbral para observar, Fabiola estaba durmiendo en la cama.    ¿Acaso ha pasado tanto tiempo? Fabiola ya es una señorita, me parece que fuese mi recuerdo más próximo el de una niña durmiendo en esta misma habitación y me pregunto: ¿A dónde se fueron esos años? ¿En que los ocupe? ¿Valió la pena ausentarme?

Cierro la puerta lentamente para no hacer ruido, bajo las escaleras, despacio, aún estoy convaleciente, aunque no sé si se apropiado decirlo así, se supone que no me recuperaré.

Coffee me ve bajar y salta de inmediato de su pequeña cama para saludarme, siempre a su estilo, siempre con ese entusiasmo, aunque me quedase ciego, o no pudiese distinguir su aroma, su propia personalidad me haría reconocerla en cualquier parte del mundo. Es única. Firmemente creo que un perro es más que solo una mascota; es parte de la familia, si tiene sentimientos, la capacidad de alegrarse, amar a su familia y también sufrir, la hace mi prójimo.

Me dirijo a la cocina, procuro no hacer ruidos fuertes, puse manos a la obra. Hacer el desayuno para todos, Fabiola siempre se ha sido madrugadora, Melissa igual, quizás Kiara demorará un poco más, y quizás Richard llegue de sorpresa para el desayuno.

Me tomo cerca de una hora y media hacer lo que quizás para mí podría ser la hazaña más grande de los últimos años, tengo que aceptarlo, siempre comí fuera, nunca cuidé de mi alimentación, quizás me lo tenga merecido, quizás sea por eso que me haya demorado tanto, y aun sin poner la mesa.

Cuando me disponía en poner la mesa baja Kiara presurosa.

– ¡Hey! ¡hey! ¿Qué crees que estás haciendo? – Cuestiono a la vez que ataba el cinto de su bata.

– Pues el desayuno, ¿ya despertaron todos? – Sonreí.

– No, claro que no – Movió la cabeza negativamente

–Ya van a dar las 8 a.m. – Sostuve la mirada con la de ella.

– Me refiero a que no puedes comer lo que acabas de hacer. Tienes que seguir una dieta estricta, y además no puedes hacer mucho estrés. – Dijo tomando una sartén y poniéndola en la hornilla de la cocina.

–Pero...

– Ningún pero – Interrumpió mi intento de protesta – ahora siéntate que en cinco minutos estará tu pollo sin sal y tus brócolis al vapor. – Sonrió

– No me animes tanto – Dije aburrido.

No lo puedo creer, pensé que me quedaría poco tiempo de vida, pero dada esta situación a lo mejor se me haga una eternidad.

Luego de unos minutos bajo Fabiola, seguido a ella bajo Melissa quien se había quedado en la habitación de huéspedes.

– ¿Cómo está mi familia hermosa? ¡Buen día! – Manifesté abriendo los brazos mientras ellas bajaban las escaleras.

Apocalipsis 21: 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora