Capítulo treinta y cuatro

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Tenía las manos cubiertas de sangre mientras estaba sentada delante de la mesa del director dos cabezas

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Tenía las manos cubiertas de sangre mientras estaba sentada delante de la mesa del director dos cabezas. Mel estaba a mi lado con la cabeza gacha mientras el director nos miraba con sus cuatro ojos, yo no bajé la cabeza desafiándolo con la mirada.

—No se que hacer con vosotras dos. Usagi has matado a un estudiante... otra vez.

—Fue a por ella—dijo Mel alzando la cabeza.

—Me importa muy poco quien fuera a por quien— suspiró— Yo no puedo juzgaros dado que estáis dentro del torneo.

—¿Entonces nos libramos?

—No, os va a juzgar otra persona.

El director salió por la puerta dejando el despacho vacío con nosotras dentro.

Entonces apareció un haz de luz y de pronto en la butaca estaba sentada la diosa de la creación.

—Buenos días, chicas.

—Usted —dijo mi novia y le sonrió.

Noté como relajaba los hombros y su cuerpo se aflojaba.

—He tenido que venir yo porque vuestro queridísimo señor esta en una misión importante.

—¿Está bien?

—Por supuesto, esta delante del ordenador y le daba pereza venir. No podía mandar a Lilith porque no se donde esta y Asael necesita un respiro. Así que, os tenéis que conformar conmigo.

Me encogí de hombros.

—¿Qué ha pasado?

—¿No lo sabes? Acaso no lo ves todo.

—Querida Usagi, tengo cosas mejores que hacer que ponerme a mirar que haces.

—Ahí tiene razón —dijo Mel con una sonrisa en los labios.

Suspiré y comencé a relatar como aquellos dos descerebrados me habían atacado, y como yo, honradamente y sin ninguna brutalidad me había defendido.

—¿Por esta mierda me han llamado? —soltó una carcajada.

—¿Nos vas a castigar?—preguntó Mel.

—Que va—sonrió. —Me alegro de que os defendáis, pero la próxima vez no matéis a nadie —me miró y sabía que aquello iba solo para mi.

Miré a Mel, ella me cogió la mano.

La diosa apartó unos papeles de encima del escritorio y se sentó encima. A diferencia de los demás días que la había visto con vestidos en ese momento llevaba unos vaqueros y un jersey.

—Me alegro de que por fin estéis juntas —nos sonrió.—No sabía si tenía que mandaros señales, en especial a ti, Usagi.

—¿Era tan evidente?

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