2. AL FIN PARÍS

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La observó en la distancia moverse entre el bullicio de jóvenes estudiantes. Verla conversar alegremente con sus compañeros de la escuela de arte, le hizo sentirse feliz y orgullosa de ella. Lejos quedaban los primeros días cargados de nerviosismo y dudas. Ahora era una más. Cuánto había cambiado desde que la vio entrar tímidamente por primera vez en su estudio de pintura en Acacias. Su metamorfosis de niña, a la mujer valiente que era ahora, había sido maravillosa. La contempló el tiempo suficiente para que la multitud se dispersara y pudiera acercarse a ella sin temor a asustarla.

-¿Qué tal han ido las clases?- preguntó Maite cuando estuvo a su altura. Pero no hubo respuesta, porque Camino estaba ensimismada leyendo los papeles que portaba en sus manos. -¿Camino?- volvió a preguntar, y esta vez sí consiguió su objetivo de llamar su atención.

-¡Maite!- exclamó sorprendida por la aparición de su maestra.

-¿Dónde estabas?, ¿otra vez en éxtasis como santa Teresa?- dijo divertida ante la sorpresa de su alumna.

-Estaba distraída con estos apuntes y no me he dado cuenta de tu presencia- explicó con cierto nerviosismo. -¿Qué haces aquí?- preguntó con su bonita sonrisa.

-Pues como hace una maravillosa tarde de primavera, he pensado que sería una gran idea que diéramos un paseo por la ciudad, ¿qué te parece?- sugirió la pintora con otra bella sonrisa.

-Me parece una idea estupenda- contestó entusiasmada con la propuesta de Maite.

-Pues vamos- dijo la maestra ofreciendo su brazo izquierdo para que Camino se uniera a ella. -Por cierto, me encanta como te queda ese vestido- susurró a su alumna. La más joven se ruborizó ante el comentario de la morena, que sonrió victoriosa por haber conseguido su propósito. Y juntas marcharon a disfrutar de lo que la ciudad de la luz les ofrecía.

El paseo transcurrió entre risas y gestos cómplices cargados del lenguaje más universal que se conoce. Los transeúntes con los que se cruzaban, eran completamente ajenos a lo que las dos mujeres sentían la una por la otra. Contemplaron la variada y  bonita arquitectura de la gran urbe. Y deleitaron sus oídos con la preciosa música del acordeón que un músico ya entrado en años, obsequiaba a los viandantes.

Mientras Maite ejercía de cicerone, Camino la miraba como si fuera la octava maravilla del mundo, escuchando embelesada cada una de las  explicaciones que le iba dando, y la maestra no podía estar más feliz de provocar esa admiración en su joven alumna.

-¿Te está gustando el paseo?- preguntó la pintora con ganas de saber si estaba siendo buena guía.

-Me está encantando, es que lo explicas todo tan bien. Eres una maravillosa maestra- le contestó entusiasmada.

-Y tú una buena alumna- dijo con sonrisa pícara y mirándola a los ojos. Camino le aguantó la mirada y ambas terminaron riendo a la vez.

-¿Estás cansada?- quiso saber Maite.

-Me encuentro bien, ¿si es eso lo que quieres saber? Ya estoy completamente recuperada- contestó con cierto malestar por la insistencia de la morena de saber a cada momento cómo se encontraba de salud.

-Lo sé, soy una pesada, pero me preocupa que puedas tener alguna indisposición- se explicó.

-Pues no temas, estoy bien- le dijo quitándole importancia a la situación.

-Está bien. No insistiré más- se resignó para no molestar a la más joven. -¿pero un alto en el camino para tomarnos un café no me negarás?-

-¿Y no será, que eres tú la que está cansada?- preguntó entornando los ojos y acercándose a ella.

-Puede ser...- contestó siguiéndole el juego y sonriendo de medio lado.

Amanecer en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora