1. VOLVER A EMPEZAR

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-Por fin nos vamos a casa- dijo Maite con una inmensa sonrisa.

-Sí, ya se me estaba haciendo eterno el estar aquí- contestó Camino con la bonita sonrisa que la caracterizaba.

-Pues voy a buscar un taxi que nos recoja en la puerta. No te muevas de aquí-.

-Tranquila, aunque quisiera, no podría ir muy lejos. Esta maldita herida no me deja libertad de movimiento- respondió la más joven algo hastiada.

-No te preocupes, ya verás como en unos días te sientes mejor- respondió la pintora acercándose y acariciando con dulzura la mejilla de su alumna. -Vuelvo ya, mi amor- y cerró la puerta tras de sí.

Camino suspiró sentada al borde de la cama del hospital donde había pasado las dos últimas semanas después del grave incidente con Nicolás. Se sentía cansada y fatigada, pero con unas ganas inmensas de retomar su vida. Volver a las clases de pintura en L'Ecole y tomarle de nuevo el pulso a la ciudad le hacía una tremenda ilusión. Se lo había prometido así misma en un juramento interior con su conciencia como testigo. Esa que le recordaba a cada momento lo cerca que había estado de perderlo todo por sus propias inseguridades y celos infundados, y que tan bien había aprovechado para sus intereses, la mente retorcida y enferma de odio de Nicolás. Había pecado de ingenua y lo sabía. Por eso, no iba a permitir que le volviera a pasar. Tomaría sus propias decisiones sin que nada ni nadie le influyera en ello. El tiempo en el que otros decidían por ella era cosa del pasado. Su vida sería suya y de nadie más. No quería que hubiera más secretos entre ellas, si apareciera algún problema, el que fuera, lo trataría con Maite para solucionarlo y así evitar que supusiera un abismo entre las dos. Mientras seguía ensimismada en sus pensamientos, algo que sobresalía del bolso de la pintora llamó poderosamente su atención. Era un objeto que le era familiar, estiró el brazo y lo sacó. Cuando por fin lo tuvo entre sus manos, una sensación de sorpresa le recorrió el cuerpo. Era el lazo rojo que su maestra le había regalado en Acacias y que tan celosamente ella misma había guardado cuando ésta tuvo que marcharse forzosamente a París. Lo acarició y sintió su suave tacto, como había hecho en tantas ocasiones mientras la ausencia de Maite se hacía insoportable. Su simple roce le infundía paz y fuerza para seguir adelante. Porque este lazo simbolizaba su amor. Todo el amor que sentían la una por la otra y del que nunca habían dudado, ni siquiera cuando su mundo se vino abajo con la injusta detención de Maite. Tenerlo de nuevo en sus manos, la transportó a aquellos días.

-Mientras, tendremos que estar atadas con un lazo invisible para el mundo- susurró para sí misma.

El sonido de la puerta al abrirse la sobresaltó y en un acto reflejo, se lo guardó en la manga de su vestido.

-¿Lista para irnos a casa?- dijo Maite cruzando el umbral de la puerta.

-Sí, claro, lista- contestó algo nerviosa por el sobresalto que se había llevado.

-¿Te encuentras bien?, pareces agitada- preguntó la pintora con el semblante serio.

-No, tranquila, estoy bien. Debe de ser la emoción de volver a casa-.

-Está bien, pues marchémonos- dijo mientras ayudaba a Camino a incorporarse de la cama.

Juntas y cogidas del brazo, abandonaron las cuatro paredes que habían sido testigo de los momentos más duros que habían vivido desde que estaban unidas.

                                                           ***

El trayecto en el taxi lo hicieron en silencio, roto en ocasiones por los sonidos propios de la ciudad, pero cargado de miradas cómplices entre ambas. Desde que se habían subido en el coche, Maite agarraba la mano izquierda de su joven amor, propinándole delicadas caricias, mientras ésta, descansaba la cabeza en su hombro, dejándose bañar el rostro por el sol de mediodía que entraba por la ventanilla, y que tantos días llevaba sin poder disfrutar. Nada les importaba en ese momento, ni siquiera la presencia del taxista. Sólo ellas.

Amanecer en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora