11. TODOS LOS DÍAS DE MI VIDA

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La luz entraba por la ventana, bañando la habitación como ocurría cada mañana. Pero esa mañana era diferente, no era una más. Había llegado el día que tanto tiempo llevaban esperando y planeando con la máxima de las ilusiones. Desde que Maite, en un arrebato e impulsada por su amor hacia Camino, le había pedido que se casara con ella y ésta había aceptado sin pensarlo ni un instante.
La castaña despertó y tras unos breves segundos, se giró hacia su derecha y se encontró con la imagen de la mujer que ocupaba todos sus pensamientos. La observó deteniéndose en cada uno de sus bellos rasgos y no pudo evitar sonreír. Contemplando desde su oscuro cabello, que le caía suavemente sobre los hombros, pasando por sus cejas y pestañas, que escondían unos preciosos ojos verdes, que cada vez que la miraban, le hacían sentir lo que era el amor verdadero. Y finalmente, se detuvo en su perfilada nariz y en sus labios, esos que le habían regalado su primer beso de amor y las palabras más bellas que jamás había escuchado. Verla descansar tranquila y relajada, después de todo lo acontecido días atrás, cuando le había confesado todos los detalles de su paso por prisión, le hizo sentir una ternura infinita. Desde que la morena le había hecho partícipe de su horrible paso por este lugar, no había habido noche, en la que no se quedara velando su sueño, reconfortándola delicadamente entre sus brazos.
Con cuidado de no turbarla, decidió despertarla.

-Buenos días, mi amor- dijo la más joven dejando un dulce beso en su cuello.

Maite se movió ligeramente y poco a poco fue abriendo los ojos.

-¿Has dormido bien?- preguntó la castaña acariciándole el rostro.

La pintora sonrió y se giró hacia su izquierda para quedarse frente a ella.

-Buenos días-. Hizo una breve pausa. -Sí, muy bien. ¿Y tú?-.

-Yo también. Siempre duermo bien desde que lo hago a tu lado. ¿De verdad que has descansado?- le preguntó acercando la cara a la suya.

-Sí, no debes preocuparte- respondió rozándole suavemente la mejilla.

-Claro que me preocupo. Sólo quiero que estés tranquila y seas feliz- le dijo en tono afectuoso.

-Y lo soy desde que estoy contigo, mi niña- contestó dándole la razón.

Camino se mantuvo unos segundos en silencio y la observó con detenimiento, intentando descifrar si le decía la verdad. Porque a Maite, a veces, le costaba mucho expresar sus sentimientos.

-Me dijiste que te dejarías cuidar. ¿No te estarás haciendo la fuerte y me estarás mintiendo?- le dijo mirándola a los ojos.

-De verdad que no te miento. Hizo una breve pausa. -Estoy mucho mejor. Todo gracias a ti y a tus cuidados, mi amor- contestó sonriéndole.

La castaña le devolvió el gesto y se aproximó a ella para estrecharla contra su cuerpo, haciendo que la pintora la rodeara con sus brazos y oliera dulcemente su cuello. Permanecieron así sin hablar, durante varios minutos, disfrutando del íntimo momento.

-¿Sabes?, dentro de unas horas seremos esposas- le comentó Camino al oído, rompiendo la ausencia de palabras mientras se mantenía abrazada a ella.

-Sí, y no veo la hora de que llegue ese momento y poder ponerte ese anillo en el dedo-.

-Yo también estoy deseando que llegue, y poder lucirlo delante de todo el mundo y que sepan que estoy casada con la mujer más bella e inteligente del mundo- dijo con orgullo.

Maite la miró a los ojos, soltó una pequeña carcajada sincera y la volvió a estrechar con fuerza.

-Si es que no puedo quererte más- expresó dejándole un pequeño beso en los labios-. Dudó un instante. -¿Sabes?, estoy un poco nerviosa- expuso con cierta inquietud.

Amanecer en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora