Mi bonita gatita se ha matado

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Me dirijo al hospital como todos los días, una introducción como esa sé que causaría pánico en alguien externo, usualmente los hospitales dan esa aura, dan miedo a la población, en uno de esos podrías perder o te podrían salvar la vida, al menos prolongarla. Los doctores existimos para aquellos que le tienen miedo a la muerte. En mi caso yo soy la que recibe la vida, soy obstetra.

Llego al hospital después de una hora de tránsito al turno nocturno, todas las enfermeras en guardia me saludan, los nuevos médicos van huyendo a su casa, o al agujero en el que duerman, y ahí viene el doctor Leonardo Ortiz, es un pediatra muy conocido, más por cosas malas que por buenas y dependiendo a quien le pregunten es agradable o no, yo en lo personal podría matarlo.

—¡Hola doctora Ortega! ¿Cómo está su gata el día de hoy? —me pregunta eufórico, parece que está feliz, demasiado.

—Se encuentra muy bien doctor, y sus malas costumbres ¿cómo van? —le respondí en contraparte.

—No mejor que las de usted creo —termina mirándome de arriba a abajo y se aleja.

Odio a ese tipo, hijo de perra.

—¡Oh doctora no sabía que tenía una gata!

Me dijo la enfermera Cecilia, no me agrada, habla mucho.

—Ah, sí Cecilia, se llama Rosa.

—Pues a de cuidar muy bien del pelaje de su gata —dice viendo mi ropa, todos quieren repasarme el día de hoy.

—Ah no, esta gata no tiene pelo, es egipcia —respondí rápidamente mientras me dirigía a mi consultorio

—Bueno entonces de quién será este cabello rubio —dijo quitando un cabello largo de la parte trasera de mi bata

—Será de alguna paciente, nos vemos después Ceci

Me dirijo a mi consultorio esperando a cualquier paciente que llegara en medio del parto, fue una noche tranquila no llego ninguna paciente, tal parece sus hijos no querían nacer esta noche.

Salí bostezando de mi consultorio, y justo cuando iba a salir del hospital llego una mujer con su esposa, por como ella misma se presentó, y medio litro de sangre afuera de su cuerpo. La sala se preparó, entró en parto y el bebé pudo estar en este mundo sano y salvo.

Yo por mi parte, después del agradecimiento de rutina, solo tenía en mente volver a mi cabaña, debía de ir a cuidar a mi pequeña gata, le había dejado poca comida y ahora debería de estar aullando por alimento.

—¡Rosita ya llegué! —digo, no me responde, la deje en la habitación en la mañana tal vez siga ahí.

En efecto está ahí, su muñeca derecha había sido casi cercenada y en la mano izquierda tenía un cuchillo con casi nada de filo. Me acerqué a ella y le di una cachetada, nunca duran.

Tome de su brazo y lo jalé separando su mano del brazo, la mano quedo colgando escurriendo sangre, todo el cuarto tendría ese olor mínimo dos días.

La envolví en las sábanas de la cama; luego me ocuparía de ella, caminé derecho y del primer cajón saque una libreta y tache el nombre "Rosita" era hora de adoptar un nuevo gatito.

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