Un depresivo anciano analiza una noche en solitario

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Empezaba a abrir los ojos, los sentía pegados, muy lagañosos.

—Buenos días amor —dije a la nada.

Me senté en la cama, me tallé los ojos y como si de polvo se tratase todas las lagañas cayeron permitiendo que viera mi triste realidad. Me intenté estirar y ahí fue cuando verdaderamente desperté, un dolor punzante en mi espalda baja fue mi saludo de buenos días.

Ya despierto voltee a mi lado izquierdo, las pastillas estaban ahí, el agua seguía ahí, y aunque eran las once de la mañana el cuarto se veía totalmente oscuro, ayudando así a que creciera mi melancolía y autocompasión.

Bajé la cabeza e intentando no voltear hacia el lado contrario a mi cama me levanté, tomé el vaso de agua, las pastillas de la mañana y me dirigí a la ventana, nublado, el cielo estaba completamente cubierto, parecía que iba a llover pronto, una lluvia con rayos, lo más probable.

Tragué de golpe la medicina y salí del cuarto, me cuestionaba sobre la vida mía; recordaba mi vida de empleado, como decía «El siguiente año me jubilaré y saldré por fin con Vale a cruzar el mundo, tal vez incluso adoptemos a un niño» como la extrañaba, Vale mi esposa, más que mi esposa, era mi alma gemela, teníamos relaciones, claro, pero jamás se embarazo, no teníamos problemas con eso, disfrutábamos nuestra vida juntos, como dije, éramos almas gemelas.

Ya llevaba al momento veintidós años de viudo, enviude rápido de hecho, me pensione a los cuarenta y cinco años, ella era seis años mayor que yo, debería de haber tenido cincuenta y uno o cincuenta y dos años al yo jubilarme; viajamos creo, una o dos veces, pero luego le detectaron cáncer de mama, luchó, eso me queda claro, incluso antes de morir se aferraba fuerte a mí, como si me quisiera proteger, como si ella misma me estuviera consolando... jamás olvidare sus últimas palabras.

—No estés triste mi vida, que en la siguiente nos volveremos a encontrar, y ahí no te abandonare.

Lo único que pude responder fue.

—Tu no me estas abandonando, y yo no te dejaré ir.

Me miró con una sonrisa, acercó su cara y me dio un beso, su último aliento lo uso en mí antes de acostarse, acomodarse ligeramente e irse, de repente se volvió borrosa, como una fotografía que se toma en movimiento de la modelo, ese fue el momento donde me descubrí llorando, primero negándolo, intentando no llorar, para terminar encima del pecho de mi esposa llorando a gritos su ida.

Desde ahí no me volví a enamorar, hice los planes de su entierro, invité solo a los cercanos, los que la habían acompañado en la enfermedad, Karla, una amiga cercana a la familia, una prima y mi suegra, fuimos los únicos que despedimos a mi querida Vale, los únicos que estuvimos hasta el final.

En posteriores charlas con Karla me animaba a encontrar a otra mujer, a salir y a vivir la vida de una manera feliz, yo sé que sus intenciones eran buenas, pero simplemente no podía, no podía despegarme de ella, todos los días la recordaba, la he recordado por veintidós años, todos los domingos voy a su tumba, la limpio y le dejo flores, pero ahora a mis sesenta y siete años eso se me hace muy poco, yo quiero ir con ella.

Y lo haré, lo he decidido, ella seguramente está en el cielo y yo de manera igual de segura iré al infierno por la forma de desligarme de este mundo terrenal, pero ¿qué más puedo hacer? Si Dios, Ala o quien sea están haya arriba pediré que me la dejen ver, solo eso pido, cinco minutos a solas con ella, eso es lo que necesito para vivir feliz en una eternidad llena de sufrimiento.

Ahora mismo estoy abriendo el gas de la casa y cerrando las ventanas. Al terminar de hacer esto me encamino de vuelta a mi habitación, y por primera vez en la vida volteo a ver a la parte de Vale.

Pasan diez, quince minutos, horas tal vez y vi a Vale frente mío.

—Hola mi amor —le digo, se ve tan saludable, lleva un camisón blanco, su cabello negro liso parece deslizarse por sobre sus caderas, los cachetes rosas que recordaba están ahí, los labios delgados que tantas veces besé siguen ahí, todo sigue igual, ella es mi Vale.

—¿Ya listo para venir conmigo?

—Estuve listo desde antes que te fueras para seguirte hasta la muerte.

—Qué manera tan literal de representarlo cariño —susurró tomando mis manos.

—Ya sabes que yo siempre fui hombre de palabra.

—Sí, lo sé —se acercó a mí y envolviéndome en sus brazos confesó—. Te esperé por mucho tiempo, demasiado... Amor... estás listo, vámonos de aquí.

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