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Erick se encontraba guardando en los cajones de la cocina la comida que Richard le había llevado recientemente, cuando de pronto el teléfono en su bolsillo trasero vibró contra la tela vaquera de su pantalón opaco. 

Sacó el móvil y suspiró sin contenerse, antes de llevarlo pesadamente hasta su oreja. 

—¿Matthew? 

—Erick. ¿Dónde estás? 

—En casa. 

—Bien. Estás con Joel, ¿cierto? 

Erick abrió la nevera al mismo tiempo que se ajustaba el teléfono contra el hombro. 

—Así es. 

—Bien— repitió el hombre—. Necesito hablar con los dos sobre cuándo comenzaremos con la planificación. ¿Se puede poner? 

Sus manos frenaron lo que estaba haciendo casi de forma radical. Sostuvo el teléfono de vuelta y alzó las cejas casi temeroso de hablar con Matthew. 

Dio la vuelta y se apoyó contra la bancada. Su mente ese día estaba espesa, como si le costara formular puzzles en los que leer claras y concisas oraciones. 

—Pues si no está drogado, seguramente sí. 

Matthew bufó. 

—¿Ha vuelto a esa mierda tan pronto? 

Erick frunció el ceño y bajó la cabeza. Estaba solo en la cocina, pero aún así bajó también el tono de su voz al emitir vocablo. Su garganta se había convertido en un músculo sumiso de la importancia. 

—¿Lo sabías? 

—Claro. ¿Para qué te crees que ayudé a Zabdiel a salir de prisión? Ese capullo necesita la droga tanto como el aire. Zabdiel me la compra a mí, así que por lo menos puedo controlarlo. 

—Has metido conscientemente bajo mi techo a un drogadicto. 

—No me toques los cojones, Erick. Cuando Joel pueda hablar me llamas de vuelta. Quedaremos mañana en un bar para hablar. 

Erick quiso decir algo más; quiso chillarle y descargar la ira con la que había amanecido. Sin embargo, los pitidos al otro lado sonaban estridentes avisando que habían cortado la llamada. 

Erick suspiró profundamente y guardó el teléfono de vuelta. Miró las bolsas níveas de comida sobre la bancada antes de caminar fuera de la cocina. 

Tal vez no debería invadir su espacio, pero caminó recto hasta la habitación del ojimiel. Verdaderamente, a pesar de vivir con Joel, llevaba sin verlo un día entero. No habían hablado después de aquella noche, donde Erick lo convenció para no joderse la vida un poco más. 

Habían pasado tres días de ello. 

Suspiró profundamente y paró frente a la imponente y maciza puerta. Siempre que pasaba por delante se preguntaba qué estaría pasando dentro. Ahí no fue una ocasión menor. 

Tocó con sus nudillos débiles y después abrió lentamente, casi con miedo. Asomó la cabeza y sostuvo la puerta con la mano derecha, dándole a su vez una mirada general a la habitación. 

Parecía estar algo más ordenada, aunque la ropa seguía por los suelos junto a bolsas transparentes vacías. A su vez, la ventana seguía abierta y, esta vez, Joel estaba apoyado contra ella. 

Al escuchar el ruido, el militar giró con expresión seria para mirarlo. Sus luceros ese día estaban tranquilos, lo que de manera inconsciente le susurraba a Erick que Joel no estaba colocado en ese momento. 

Arkhé || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora