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Erick se mantenía estoico apoyado sobre el capó de su Range Rover color infierno. Vestía ropas oscuras, que bien se camuflaban contra la pintura robada con la que se tapaban cicatrices de ese vehículo con años de historia. 

Las estrellas hacían un buen trabajo esa noche gélida. Había llovido hacía poco, por eso la humedad creaba vapor sobre cada cristal expuesto al exterior. Además, el silencio casi se podía considerar sepulcral. Era malditamente agradable. 

Cuando la puerta se abrió a ciertos metros frente a él, lo único que hizo fue suspirar profundamente y abrir la puerta del copiloto, antes de girar e introducirse en la parte del conductor. 

Encendió el motor y subió el volumen de la radio. Los programas informativos no contaban nada extraordinario por esa época, sin embargo a él le gustaba mantenerse informado. 

Miró al frente durante escasos segundos; el tiempo necesario para que esa calle desierta— con farolas tenues y coches aparcados a cada extremo—, ahora estuviera cubierta con el sonido de unos pasos rápidos. 

—Ya estoy— se escuchó dentro del coche, seguido de la puerta del copiloto cerrándose con algo de fuerza—. ¿Llevas mucho esperando? 

Erick negó con la cabeza y pisó el acelerador. 

—Lo necesario. 

—Lo siento. Las niñas se habían despertado y ya sabes cómo es Yocelyn con este tema… 

—Está bien, Richard. Lo entiendo. 

El moreno asintió sin reprimir un suspiro. 

Su cabello estaba corto a los lados, mientras una cabellera con pequeñas dosis doradas pintaba sus rizos a la superficie. Sus facciones eran sorprendentemente sutiles, teniendo en cuenta lo vil que su compañero podía llegar a ser si lo planeaba. Sus ojos marrones estaban delimitados por unas largas pestañas, junto a unos gruesos labios y cúmulos infinitos de piercings y tatuajes por todo su cuerpo escultural. 

La ropa que había elegido Richard en esa noche era negra, al igual que la suya. No era que tuvieran un maldito uniforme cada vez que trabajaban, pero eso le daba la seriedad que buscaban con cada golpe. 

Llevaban trabajando juntos desde que Erick le firmó lealtad a Matthew, hacía casi dos años ya. Richard tenía más experiencia, así que trabajaban juntos de vez en cuando; a pesar de que ahí hacía algunas semanas que no se veían. 

A Erick le gustaba trabajar con Richard. Era un buen tipo, al fin y al cabo. Destacable entre esa panda de carroñeros con los que compartían profesión. 

—¿Y tú cómo estás, amigo?— le preguntó el moreno, colocando el aire acondicionado hacia su dirección. 

—Bien— contestó, sin desviar la vista de la carretera—. Con ganas de terminar esto, supongo. 

—¿Y Noah? Me dijiste cuando nos vimos que había estado enfermo, ¿Cierto? 

Erick se tensó un poco. Tragó saliva y apretó el agarre en el volante. Odiaba hablar de su vida personal en el trabajo. 

—Está bien. ¿Vas a contarme algo de las niñas? 

Richard le regaló una sonrisa y comenzó su largo relato. 

Todo en la vida de Richard era aparentemente fácil. Vivía en un barrio adinerado, tenía dos coches y el frigorífico a rebosar de comida exquisita. Se había casado hacía años con la mujer de su vida y tenían juntos tres hijas. 

Sin embargo, Richard cargaba a su espalda el peso insoportable de la traición; pues cada noche que Matthew requería de él, arropaba a sus pequeñas con una sonrisa y se despedía entre lágrimas de su mujer para irse a trabajar. 

Arkhé || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora