Erick escuchó el lejano vibrar de la puerta contra la madera del porche, pero estaba demasiado nublado para asimilar que Christopher ya no estaba ante su vista.
Joel no había soltado su hombro. De hecho, ahora mismo miraba hacia atrás para comprobar si Chris los observaba por la ventana o no. Noah había comenzado a llorar otra vez, y a él las ráfagas de aire y los copos del cielo le cegaban la vista y taponaban sus oídos.
Cuando llegaron frente al Range Rover, sus piernas temblaban tanto que ni siquiera le pareció alucinante que su cuerpo se apoyara sin su permiso contra el vehículo.
Joel abrió la puerta trasera y lanzó la bolsa a los asientos. Con toda la libertad viajó al maletero y lo abrió, sacando de ahí la silla de Noah. La miró por algunos segundos y después se acercó hasta Erick, casi cohibido.
—Tienes que poner esto para poder irnos…
Él miró al frente, a la casa donde segundos atrás se había dejado humillar. Analizó el porche ahora vacío, la pequeña mesa de cristal y la ventana que de pronto apagó las luces al otro lado.
Sentado en esa misma silla, apoyado en el respaldo que no le correspondía y mirando unos luceros avellana a ese punto lejanos; Erick recuerda los mejores momentos de su vida.
Recuerda a menudo la risa escandalosa de Christopher mezclada con la suya, la copa de whisky en su mano casi fusionada con música potente, labios suaves y cabello ondulado. Vestidos caros, noches largas y sonrisas sinceras. Manos pequeñas, piel tersa y amor.
Apartó la mirada cuando la presión en su garganta le dejó sin aire y cuarteó sus ojos. Mordió la cara interna de su mejilla y dejó a Noah lentamente en el suelo.
Su mano tembló cuando agarró la silla y se giró para colocarla. Noah se aferró a sus piernas, tan firme que a él le costaba moverse incluso.
Cuando lo tuvo todo listo, cargó a Noah y lo ató bien. Miró sus ojos y le dedicó una sonrisa. Las mejillas del niño brillaban bajo la luna. Erick las limpió y dejó un beso en su frente, largo y real.
—Te amo infinito...
Su susurro calmó algo a Noah.
Erick se jodió internamente por haberle provocado eso a él, por cargar tanta mierda en su espalda que sin controlarlo también pasaba a la de Noah. Se jodió por ser tan mal padre, que ni siquiera podía hacer bien su labor y quería hacer la de una madre también.
Cerró la puerta del coche y respiró temblorosamente. Sus venas se dilataban con el flujo de sangre ardiente que manejaban. Tan rápida… Erick sentía su sangre dopada hasta llegar a sus puños, acompañada por regueros de adrenalina.
Tanta fue la presión, que Erick no contuvo su puño al impactarlo con fuerza contra la ventana del copiloto, creando un difuminado hueco contra el cristal agrietado.
Apoyó su mano libre en el capó del coche y bajó la cabeza; agotado. Estaba en su límite, en su jodido y crucial límite. En el límite amargo y asfixiante en el que ni siquiera un hilo imperceptible te deja respirar. En el límite en el que bebía de la mano ajena para mantenerse cuerdo.
No iba a llorar ahí. No podía llorar ahí.
De pronto escuchó un suspiro. Suave y sigiloso. Sensual e inquieto al llegar lento hasta sus sentidos auditivos.
Joel dio un paso adelante y lo miró superficial. Erick veía sus botas a través de los mechones de cabello que le surcaban la visión.
—Dicen que en estos casos respirar profundamente ayuda…
ESTÁS LEYENDO
Arkhé || Joerick
Hayran KurguCuando la operación militar fracasa, Joel Pimentel es condenado a setenta años en la Prisión Federal de South Fleet; el hogar de los fantasmas, el bloque de hormigón, concreto y muerte que abarca a los criminales más sádicos de todo el continente. ...